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DE PINTURA Y LADRILLOS. ANTONIO GONZÁLEZ & JOSÉ LUIS CREMADES

La galería Artnueve (Murcia) presenta el proyecto “De pintura y ladrillos” site- specific para la galería que consta de nueve pinturas y seis esculturas, los artistas Antonio González y José Luis Cremades pertenecen a la tradición pictórica y constructiva, encuentran en el arte ese lugar de reflexión e investigación, partiendo de un vocabulario y una gramática al servicio del arte. 

LA PINTURA QUE HAY DEBAJO

A veces la pintura solo consiste en la elección del soporte y en la manera de aplicar el material. Cuando solo se trata de eso que llamamos cubrir, en ese sencillo y mecánico acto de mojar una brocha y manchar una tela, la mano que la sostiene no está sola. El pintor lleva dentro de sí toda la Historia del Arte y hay una serie de decisiones previas en las que reside el pensamiento. Un ilimitado muestrario de superficies y acabados, de pinceladas y veladuras, de estudios de composición y de color, de pesadas etiquetas y exigentes manifiestos.
 Muchas veces ni siquiera hay pintura en la pintura y, sin embargo, está latiendo debajo. Y es una corriente subterránea más pura y espesa que el óleo.
Antonio González pertenece por derecho a la tradición constructiva, pero en sus elecciones se aleja del borde duro y de la obsesiva (y demasiadas veces anecdótica) limpieza del geómetra virtuoso. Aún así, la pulcritud concreta y el desmañamiento experto de González comparten longitud de onda. El color canónico y exacto empleado por el neoplasticismo se traduce en la mancha industrial, en el brochazo sináptico y urgente de González. Utilizar esmalte corriente no es una decisión baladí, supone renunciar a las lujosas calidades de los buenos pigmentos. Es una propuesta humilde con la que lograr una crudeza más sensual que el más aquilatado de los carmines.

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

Los ladrillos que ahora emplea en estas construcciones son también herramientas para la pintura. Una pincelada desnuda de color y un trazo romo, tomado prestado de la tosquedad de los materiales de construcción, para construir pequeños refugios megalíticos, altares paganos que celebran las liturgias de la práctica artística. Hay un cierto divertimento rupestre en pintar con lo que se tiene a mano, en emplear la cotidianeidad para trepar a lo sublime. Con frecuencia los materiales más pobres son los más ricos, porque cuentan historias. Los ladrillos de esta exposición fueron rescatados por Antonio de una escombrera cercana a su estudio. Una escombrera es un campo labrado para un artista, un espacio fértil. Los ladrillos traían restos de cemento, pintura o arena. Restos de una vida anterior.
Antonio los limpió y pulió para obtener de ellos una voz más clara. El resultado es el ladrillo más el paso del tiempo, más su uso, menos la pátina acumulada. Renunciar a la pátina es una decisión extremadamente madura, es renunciar a la retórica amable que está presente en todo lo que nos gusta a simple vista. La pared desconchada en la que nos parece que reside el misterio abstracto. Finalizado este proceso el objeto encontrado es ahora otra cosa. Después, su primer impulso fue
pintarlo, intervenirlo. Manosearlo. Pero el ladrillo reivindica su condición de ladrillo y Antonio llegó a la certera conclusión de que debía respetar la materia y el uso para el que fue creada. Y ordenarla, nada más.

Antonio González siempre se ha cuestionado el acto mismo de pintar, su pertinencia. Rechaza la excesiva intervención y el amaneramiento, que solo buscan un ejercicio estilístico vacío de toda experiencia verdadera. Por eso hay mucha reflexión previa antes de mover un solo músculo. Existe un cierto vértigo en el artista cuando éste decide hacerse a un lado. Cuando no necesita explicitar una clara autoría. Es necesario tener la honradez suficiente para aparcar los propios intereses en favor de lo que la obra necesita. Pensar es más importante que manchar.

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

José Luis Cremades está en una pintura autorreferencial y nos habla nítidamente de las peripecias del estudio. Un esfuerzo enciclopédico de inventariar la mancha, de llamar al color por su nombre. La pintura hablando de sí misma siempre es elocuente. Cremades, igual que Antonio González, está entregado a un metódico ejercicio de búsqueda continua cuyo catalizador es la repetición. Acudir todas las mañanas al estudio para ponerse al servicio de una única idea, una rutina capaz de generar una deliciosa paradoja: su resultado no es rutinario. El trabajo ordenado en largas series también produce, en cierto modo, la disolución de la autoría. El artista se
compromete a seguir un camino muy acotado. Pero esto nunca es del todo cierto. En esa restrictiva economía temática cualquier mínima distorsión, cualquier pequeño descompás, produce una sacudida mayor que la más grandilocuente de las pinceladas. Cremades no cae nunca en el ensimismamiento.

En esta exposición realiza un prolijo recorrido por el color de una marca concreta. Todos los pintores utilizamos el color de otro: alguien ha realizado el esfuerzo químico de calcularlo. El pintor escoge el color como el músico elige su instrumento: por el sonido que ha creado el luthier. Cremades es consciente, igual que lo es Antonio González, de que la labor del artista también es simple intermediación. Por eso Cremades es una especie de crooner del color. Cuando se ocupa del catálogo de Vallejo es como si estuviera desgranando standards. En la serie Todos los Azules de Vallejo, Cremades utiliza en cada cuadro un único bote de un azul de esta marca y lo degrada, utilizando blanco, de izquierda a derecha, que es el orden occidental de lectura. Azul antraquinona, azul ftalocianina, azul cobalto, azul cobalto cerúleo, azul ultramar, azul turquesa y azul de Prusia. Cremades ha leído todos los azules para nosotros. Una lectura rotunda que desnuda la pintura de toda carga
cultural y además, haciendo esto, de nuevo se produce otra paradoja: la obra se imanta y se llena de contenido pictórico.

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

Ahora está trabajando utilizando cinco colores que utilizaba Morandi en su parca paleta: amarillo napoles, pardo Van Dyck, siena, tierra sombra tostada y azul cobalto. La atmósfera en la que vivía Morandi es un lugar en el que todos queremos estar. Cremades intenta entenderla, descomponer su espectro y servirlo en frío. Su aroma nos llega con deslumbrante claridad. Cremades es capaz de la suficiente neutralidad como para ocuparse por igual de la sagrada gama de Morandi que del seco pantone del químico de Vallejo. Esa es la aventura. En realidad Cremades siempre trabaja con algo concreto y finito, ajeno a él. Igual que Antonio. Los dos parten de un vocabulario y una gramática previas que están en el punto de partida. Los dos lo hacen al servicio de la pintura.

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

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“De pintura y ladrillos” Antonio González y José Luis Cremades. Foto: Cortesía Artnueve

 

ARTNUEVE
c/ Dr. Tapia Sanz, 1 – Murcia.
Hasta el 25 de mayo de 2019

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