El pasado mes de enero se clausuró en la Fundación Juan March de Madrid LINA BO BARDI: TUPÍ OR NOT TUPÍ. BRASIL, 1946-1992, una gran exposición dedicada a la arquitecta italiana afincada en el país sudamericano. Hemos querido recuperar, de entre todas las facetas que sacó a relucir dicha muestra, la de la Lina Bo memorialista. Rescatamos para la ocasión estos extractos de su Autobiografía escrita antes de 1951 que sirvió de hilo conductor, a buen seguro, para los comisarios de esta gran antológica.
Nací en Roma, en Prati di Castello, un barrio creado cuando la ciudad se convirtió en capital de Italia. Nunca quise ser joven. Lo que deseaba era tener Historia. Con 25 años quería escribir memorias, pero me faltaba el material. (…)
De niña iba a Bordighera, cerca de la frontera con Francia, Niza, Cannes. Algunas veces iba a los Abruzos a visitar a mi abuelo materno. (…) Otras veces iba a la playa, a Ostia, cerca de Roma. De adolescente me metía a ver espectáculos de variedades, aunque mamá no quería. Tenía un tío periodista que me llevaba. (…) También iba al cine. Mucho. He visto grandes películas alemanas, americanas y francesas. En esa época el cine italiano estaba sometido a ciertas limitaciones y no me gustaba. Me gradué en la facultad de Arquitectura de la Universidad de Roma. (…)
Yo venía del Liceo Artístico, de cuatro años de preparación arquitectónico-artística, Teoría de las Sombras y Dibujo Geométrico. Por mor de la tendencia a la “nostalgia” estilístico- áulica, y no solo en la Universidad, sino también en todo el ambiente profesoral romano, me marché a Milán. Huí de las ruinas de la Antigüedad recuperadas por los fascistas. Roma era una ciudad estancada, allí estaba el fascismo. Toda Italia estaba bastante estancada. Pero Milán no.
En Milán, para “hacer prácticas”, entré en el estudio del arquitecto Gio Ponti, líder del movimiento en favor del artesanado italiano, director de la Trienal de Milán y de la revista Domus. Nada más verme me dijo: “Yo no te voy a pagar, tendrás que pagarme tú a mí”. Jornadas laborales ininterrumpidas de ocho de la mañana a medianoche, sábados y domingos incluidos. Mi trabajo: desde el diseño de tazas y sillas, y de moda, es decir, vestidos, hasta proyectos urbanísticos como el de Abano Terme. La actividad del estudio abarcaba desde la construcción de la sede de la Montecatini a la organización de las Trienales de Artes Decorativas y a la redacción de varias revistas. De este modo entré en contacto directo con los problemas reales de la profesión.
Gio Ponti se definía como “el último de los humanistas”. Sus enemigos, sector Casabella, del también arquitecto Giuseppe Pagano, decían: “Sí, el último”.

Lina Bo Bardi fotografiada por Bob Wolfenson en 1978.
El comienzo de la guerra, inmediatamente después de la Trienal de 1940 –en la que colaboré anónimamente en calidad de ayudante de Ponti– planteó otros problemas: ya no se podía construir, se abandonaba el campo de las “prácticas” por el de la “teoría”. Yo 6 tenía un estudio en Milán, pero la escasez de encargos, que se habían vuelto muy problemáticos a causa de los bombardeos aéreos, me llevó a desarrollar también la actividad de ilustradora para importantes revistas y periódicos milaneses, entre ellos la revista Lo Stile, fundada por Gio Ponti, que ya había abandonado la dirección de Domus.
Desde 1941 a 1943 mi actividad periodística fue intensa. Colaboré en revistas populares como Tempo, Grazia y Vetrina. Editaba también la colección Quaderni di Domus, donde investigaba y escribía sobre artesanía y diseño industrial. También empecé a trabajar en L’Illustrazione Italiana. Por aquel entonces yo vivía en el Hotel Principe di Savoia. Julio de 1943. Cae el fascismo. En el bombardeo del 14 de agosto mi estudio quedó destruido. Me despedí del gran taller-estudio de Ponti. Entonces me llamaron para dirigir Domus. Acepté en plena Guerra Mundial y en plena ocupación alemana.
En Bérgamo, donde Domus tenía su sede de guerra, yo sola, sirviéndome de publicaciones antiguas, monté todos los números de la revista hasta su suspensión por orden de la República de Salón.
En tiempos de guerra un año vale por cincuenta, y el juicio de los hombres es un juicio de la posteridad. (…)
Fue entonces, cuando las bombas derruían sin piedad la obra y el trabajo del hombre, cuando comprendimos que la casa debe ser para la “vida” del hombre, debe servir, debe consolar, y no mostrar, en una exhibición teatral, las inútiles vanidades del espíritu humano. (…)
Las casas se habían hundido en Italia, a lo largo de los caminos de Italia, en las ciudades, las casas se habían hundido; las casas se habían hundido en Francia, en Inglaterra y en Rusia; las casas se habían hundido en Europa. Y por primera vez los hombres tuvieron que reconstruir sus casas, muchas casas en el centro de las grandes ciudades, a lo largo de los caminos comarcales, en los pueblos. Y por primera vez “el hombre piensa en el Hombre”, reconstruye para el Hombre. La guerra destruyó el mito de los “monumentos”. (…)
En Europa se reconstruye, y las casas son sencillas, claras, modestas. (…)
1944 (…)
Lo que debería haber sido un tiempo de sol, de azul y de alegría lo pasé bajo tierra corriendo y bajando entre ruido de bombas y ametralladoras. (…)
Cada minuto vivido era una victoria. Oía a escondidas la radio de la BBC de Londres, que abría a diario su transmisión internacional con la Quinta Sinfonía de Beethoven. Seguía con atención las noticias sobre la heroica resistencia en Stalingrado…

Lina Bo Bardi. (1946) Llego a Río de Janeiro, en barco, en octubre. Asombro. Llegando por mar: el Ministerio de Educación y Salud Pública se recortaba como un gran navío blanco y azul contra el cielo. Primer mensaje de paz tras el diluvio de la Segunda Guerra Mundial. Me sentí en un país inimaginable, donde todo era posible. Me sentí feliz, y en Río no había edificios en ruinas.

© Lina Bo Bardi, SESC Pompéia. Sao Paulo, Brasil.

© Lina Bo Bardi. Teatro Gregório de Matos, Salvador, 1986–87, interior view of the theater bar area with the hole-window in the background. Photo by Zeuler R. Lima
1945: la Guerra termina. La esperanza de construir en vez de destruir nos anima a todos. Todo estaba a nuestro favor: éramos felices, los de izquierdas y los del centro-izquierda.
Pocos días después del armisticio, junto con un periodista y un fotógrafo hice un reportaje en las zonas afectadas por la guerra. Viajé por toda Italia para recoger datos. Sentíamos que había que hacer algo para sacar a la arquitectura del lodazal.
Comenzamos a pensar entonces en una revista o periódico que estuviese al alcance de todos y que informase sobre los errores típicos de los italianos… Llevar el problema de la arquitectura a la vida de cada uno, para que cada uno pudiese llegar a darse cuenta de la casa donde habría debido vivir, de la fábrica donde habría debido trabajar, de las calles por las que habría debido caminar. (…)
Coincidí en Roma con Bruno Zevi, conocido crítico de arquitectura que había dejado Italia por las leyes raciales y que volvía del exilio en los Estados Unidos con la Quinta Flota norteamericana. Volvía para fundar en Roma la Associazione per l’Architettura Organica. 8 Decidimos fundar entonces una revista semanal de arquitectura que se llamó A – Cultura della Vita. La revista se publicó en Milán, por el mismo editor de Domus. También me invitaron a colaborar en el periódico Milano Sera, como crítico de arquitectura, y a participar en el Congreso Nacional para la Reconstrucción.
1946: los viejos fantasmas reaparecen, los viejos nombres regresan, la Democracia Cristiana toma el poder. Con ella, figuras de gobiernos del pasado, todo lo que pensábamos derrotado para siempre.
Boda con P. M. Bardi, al que admiraba desde que era pequeña en el Liceo Artístico de Roma. Pietro era importante, moderno, promovía el arte, era el mejor periodista italiano. Nos enamoramos, nos casamos. En aquel año, viaje a América del Sur, que Pietro conocía ya.
Llego a Río de Janeiro, en barco, en octubre. Asombro. Llegando por mar: el Ministerio de Educación y Salud Pública se recortaba como un gran navío blanco y azul contra el cielo. Primer mensaje de paz tras el diluvio de la Segunda Guerra Mundial. Me sentí en un país inimaginable, donde todo era posible. Me sentí feliz, y en Río no había edificios en ruinas.
¿Cómo es Brasil para el europeo que desembarca por primera vez en Río de Janeiro? Desde el avión, el contraste entre las favelas y las construcciones modernas nos inclina más hacia el caos social que hacia el resentimiento burgués por el rascacielos estandarizado en lugar de la casa de estilo. Desde el barco, la ensenada de Copacabana y la bahía con el Ministerio de Educación y los demás edificios que despuntaban de repente, casi pegados a una selva de la que emana un olor que llega a bordo, sugieren un esfuerzo humano que no deja tiempo para pensar si era mejor el rascacielos o la pequeña casa típica portuguesa.
(…) En aquel tiempo, en la inmediata postguerra, fue como un faro de luz que resplandecía en un campo de muerte… Era una cosa maravillosa. (…)
1947: Assis Chateaubriand invita a Pietro a fundar y dirigir un “Museo de Arte” en Brasil: en Río o São Paulo. Yo aposté por Río, pero el dinero estaba en São Paulo. Le dije a Pietro que quería quedarme, que aquí volvía a encontrar mis ilusiones de las noches de guerra. Y nos instalamos en Brasil.
1951: obtuve la nacionalidad brasileña. Cuando nacemos no elegimos nada, nacemos por casualidad. No he nacido aquí, he elegido este lugar para vivir. Por este motivo Brasil es dos veces mi país, es mi “Patria de Elección”, y me siento ciudadana de todas las ciudades, de Cariri al Triângulo Mineiro, a las ciudades del interior y a las de frontera.

© Lina Bo Bardi