La luz mediterránea, crea fuertes contrastes. Huele a ciprés y a flores viejas cubiertas de polvo. Paseo. Me siento muy curiosa, observante. Un sendero me lleva a otro. Son cuadrículas. Aquí se entierra el pasado, pero según siento, el presente huele añejo. Este lugar fronterizo entre la muerte y el tránsito hacia otra dimensión, fue construido hace doscientos años como una versión sintética de la ciudad. Los ciudadanos acaudalados se construyeron panteones familiares como maqueta de sus palacios y mansiones, para configurar un relato que perdurara en el tiempo y la memoria, mientras la gente trabajadora, agradecía canjear sus apartamentos por nichos.
Además de la diferencia de clase, también la hubo de género. Las mujeres eran las encargadas de mantener limpia la tumba y poner flores, y así quedaría patente, para curiosidad de los vecinos, que el ser querido estaba presente en la memoria familiar. De hecho, la leyenda: “Tu esposo (o esposa) e hijos no te olvidan”, se repite como un eco infinito en el silencioso camposanto. Obsolescencia y olvido. La antigua tradición de paseo dominguero para recordar a conocidos y desconocidos, se ha desvanecido y son ahora los gatos quienes ronronean el descanso de los muertos.
Panteones, tumbas, ángeles, bustos, guardianes, reflejos, mausoleos, grabados, altares… El grito de las esculturas angelicales reclamando silencio, es ensordecedoramente mudo. Encuadro y disparo.
Ego, competencia, vanidad, propiedad, memoria… Los bustos se yerguen como los cipreses “sempervirens”, cuanto más alto más importante. El tamaño les importa.
El relato histórico, cincuenta por cien fragmentado, de nuestra ciudad se relata aquí con la presencia de estos monumentos. Un camposanto en el que sobresale el género masculino. Bustos de hombres ilustres como: Blasco Ibañez, Sorolla, Genaro Lahuerta, los hermanos Benlliure, músicos, médicos o toreros, tienen rostro, los rasgos están personalizados a su imagen y semejanza.
Me pregunto cómo están representadas las mujeres. Mujeres apenadas franquean panteones y tumbas, muchas de las veces con forma de ángel. Todas ellas representan una mujer genérica, con las cualidades morales más altas como pedagogía para las visitantes: puras, pueriles, recatadas, sufrientes, tristes, silentes o pasivas. Destaca a menudo el nombre en diminutivo para aniñarlas: Carmencita, Pepita, Amparín…
Estas cualidades que también se correspondían con el “ángel de la casa”, son las que se esperaban cumplieran las mujeres en el ámbito del hogar, y simbólicamente en el panteón familiar patriarcal. Que las mujeres tuvieran una profesión no era una cualidad aplaudida por la sociedad.
Estas esculturas angelicales o sufrientes replegadas sobre sí mismas, fueron creadas por hombres. Y están tan arraigadas en el imaginario colectivo, que apenas podemos hacer una lectura crítica de las mismas, porque este no es un sitio para criticar…, sin embargo es una refracción absoluta de nuestro presente.
Entre el pastiche de estilos y leyendas talladas sobre la piedra, el orgulloso apellido del patriarca luce como propietario de sus familiares: “Escalante y los suyos” o “Josep Villanova i els seus”. Otra vez, disparo.
Me asomo por el cristal al interior de un panteón. A mi derecha hay una lápida tallada que reza: “Dr. D. Francisco Antoli Candela”, y frente a esta, como si se mirara en un espejo, la lápida de su esposa: “María Piquer Corrons, Viuda de Antoli Candela”. La cultura de la época entiende que el varón es el ser original, y ella no es más que el reflejo de él y poca cosa más por sí misma. Tremendo.
Con incredulidad descubro que todavía se puede ser más anónima, cediendo la identidad en exclusiva a ser la viuda de él.
La gestión de la inmortalidad estuvo en manos masculinas. La memoria de aquellas mujeres que descansan en el cementerio fue cercenada y efímera. No soy capaz hoy y aquí, de reconocerles ningún logro que no fuera el de tener hijos y mantener el hogar, porque ellos han vaciado de datos las tumbas de ellas. La falta de textos y de representaciones escultóricas personalizadas, las hacen transparentes para la historia y la memoria colectiva.
Me voy a casa, flanqueo el umbral a pie. Los que yacen aquí, ya quisieran.