Antonio Ballesteros (Madrid, 1969). Diseñador. & Enrique Casp (Valencia, 1980). Diseñador.
Quique: Hola Antonio, ¿cómo estás? Parece que nos toca hablar sobre diseño. A modo de introducción voy a empezar exponiendo algunas cuestiones que últimamente me preocupan o me interesan, para que me des tu opinión de todo ello y ver si conseguimos sacar algo en claro de esta conversación.
Tú y yo somos del tipo de diseñador que se siente cómodo frente a la estética de la funcionalidad: entendemos que la forma ha de ser siempre consecuencia de la función. Cuando tenemos que enfrentarnos a un proyecto carente de fondo o de concepto, o cuya única finalidad es la de «maquillar» para vender, nos sentimos bastante incómodos, incluso patosos. No obstante en cualquier proceso de trabajo creativo entra en juego lo subjetivo, por más que el proceso de trabajo sea estricto y tenga como fin la forma que surja del concepto; finalmente la toma de decisiones tiene mucho que ver con el bagaje cultural del diseñador. Esto siempre me ha generado ciertas contradicciones porque probablemente es en esas pequeñas dosis de subjetividad donde reside la diferencia entre una propuesta de diseño que me interesa y otra que se queda en un mero ejercicio de síntesis formal; y sin embargo en mi trabajo siempre he tratado de huir a toda costa de la subjetividad. No sé, ¿qué opinas tú?

Antonio Ballesteros & Enrique Casp
Antonio: Me hablas de una tensión que para mí está en la clave de lo que (personalmente) entiendo por diseño estimulante. Resulta presuntuoso pensar que tus inquietudes culturales y estéticas deban marcar las directrices de un encargo (nosotros no hacemos diseño de autor… ¡Menuda arrogancia!) pero, como sabes, por más que nos esforcemos en ceñirnos a los requerimientos del proyecto (que no tienen por qué coincidir con los del cliente) nuestros resultados serán siempre diferentes… y eso es verdaderamente enriquecedor. ¿Qué sucede? ¿No vivimos la misma realidad? Mi respuesta es: claro que no. Lo verdaderamente estimulante es que, por más que nos esforcemos en ser objetivos, nuestra vida se cuela entre las necesidades del proyecto y la solución que damos al mismo. Personalmente me interesan los trabajos en los que esa tensión es manifiesta. Luchar contra esto es absurdo (especialmente si vives en un país con la prima de riesgo alta).
Quique: Está claro que el diseño convive con las contradicciones propias de la sociedad de consumo y con la subjetividad inherente al «gusto» y las filias. Por eso mismo creo que la clave de un trabajo óptimo está en los procesos de trabajo. Por un lado el diseñador tiene la responsabilidad de procurarse una metodología que le permita entender las necesidades del encargo y el contexto del mismo. Y por otro lado estaría muy bien que quien realiza el encargo, ya sea una persona, un agente cultural o una empresa, tuviera en consideración involucrar al diseñador desde el mismo momento en el que surge la necesidad comunicativa. De este modo «el que encarga» sacará el máximo partido del diseñador y el diseñador logrará el trabajo en equipo necesario para lograr un resultado adecuado y casi libre de subjetividad, o de «decoración gráfica».
Antonio: Entiendo que eso que llamamos «subjetividad» es la «objetividad» que a cada uno nos sale. Lo que hace que no haya dos «objetividades» iguales. Vamos, que no creo que exista la objetividad en los seres humanos (habría que estudiar si sucede lo mismo en los hipsters). Pienso que esto poco tiene que ver con la «decoración gráfica» (la decoración gráfica es el pecado de los diseñadores… nunca se confiesa).
Quique: Por otro lado, últimamente estoy intentando madurar mi propia definición de lo que es y no es el diseño. Busco una definición lo más amplia posible para no ahogarme dentro de ella; en el fondo lo que intento encontrar son esos límites en los cuales debería centrar mis esfuerzos como diseñador. La manera más sencilla de entender el diseño es analizar el contexto y las disciplinas con las que se relaciona; en parte el diseño está o participa un poco de muchas profesiones, pero es muy complejo acotarlo en una profesión definida. Tengo claras muchas funciones del diseño: ordenar, jerarquizar, comunicar, resolver problemas, agilizar procesos, simplificar, analizar y entender… Entiendo que el diseño es una disciplina transversal que no sólo produce «acabados», sino que además puede ser una herramienta generadora de procesos que integren a diversos profesionales bajo un mismo objetivo. También tengo muy claro que vender no es una función inherente del diseño, ni tampoco estamos para dar valor añadido a las empresas; el valor añadido de las empresas son sus trabajadores.
En fin, como ves aún no soy capaz de concretar una definición simple. De momento me quedo con una que leí hace poco y me pareció bastante completa dentro de su concisión: «No obstante, hacia finales del siglo XX ya se había llegado a la conclusión de que el principal imperativo del diseño era crear y reflejar significados dentro del contexto de la vida cotidiana» (Penny Sparke, en su libro “An Introduction to Design and Culture”, de la editorial GG). Creo que el diseño tiene que ver mucho más con el «pensar» que con el «hacer», pero desde la sociedad de consumo parece que sólo se nos busca para «hacer». A lo mejor simplemente somos (en nuestro caso) grafistas que se dedican a hacer «objetos» gráficos, y seríamos más felices asumiéndolo así… en fin, dime tú.
Antonio: ¡Uf, qué complicado! El diseño es pensar, proyectar. Se supone que el diseño separa la concepción de la ejecución. En el proceso de creación de una publicación intervienen personas con capacidades diferentes (baste ver los créditos de la misma). Si alguna de ellas realiza mal su trabajo, el conjunto se resiente y el resultado es fallido. Esto nos hace ser tan humildes como responsables. No somos más (ni menos) que el eslabón de una cadena. Pienso que el objetivo último del diseño es crear sentido (y cuando llego aquí siempre me pongo a pensar en la muerte y el sexo). A lo mejor lo que sucede es que nos da miedo pensar, porque eso nos obliga a evaluar la imagen que el espejo nos devuelve… pero creo, sinceramente, que es necesario.
Antonio: A mí lo que me jode, ya desde un punto de vista mucho más práctico, es que el trabajo creativo está muy poco valorado y, sobre todo, no es mesurable: ¿cobramos por horas o por proyectos? No me salen las cuentas en ninguno de los dos casos. Resulta escandaloso el grado de precarización al que hemos llegado. Si desarrollas tu trabajo de diseñador en el sector cultural difícilmente conseguirás vivir de ello. Y lo peor es que no percibo el más mínimo espíritu transformador entre los diseñadores. Ni siquiera hemos empezado a pensarnos. ¿No te sientes decepcionado con todo esto?
Quique: Con respecto al tema de la precarización, propongo que nos autoinculpemos y empecemos por mostrarnos como una profesión seria ante la sociedad. Vuelvo a un tema que ya he comentado. Mostrar el proceso y no la forma. Sería bueno que nos propusiéramos poner el foco de atención sobre el proceso del diseño y no tanto sobre su consecuencia (la forma gráfica). En demasiadas ocasiones, nosotros mismos hacemos exposiciones o muestras sobre diseño en las que se pone el énfasis sobre lo formal y se obvia la función e incluso la eficacia de los trabajos que se muestran. Cuando digo eficacia no me refiero sólo en términos económicos, sino al logro de los objetivos comunicativos marcados previamente.
Al hacer tanto énfasis en lo formal, sobrevaloramos lo superfluo y damos rienda suelta al dominio de las tendencias vacías aunque formalmente atractivas. Además provocamos una nueva necesidad: «estar a la moda». Es entonces cuando llegan los encargos erróneos de -por ejemplo- una empresa que quiere estar a la moda para conectar más con sus clientes, da igual si la tendencia en concreto se ajusta a sus necesidades comunicativas. Y ahí nos encontramos nosotros intentando hacer algo coherente entre tanto ruido estéril. Explicando mejor lo que hacemos e integrando los procesos del diseño en los de la empresa o personas que realizan el encargo, será más sencillo exigir remuneraciones dignas y además podremos asumir las responsabilidades propias de nuestra formación. El diseño no es eso que se pone al final para dar «valor añadido», tampoco es una obligación con la que hay que cumplir para estar «en la onda». El diseño es una inversión que además de la evidente rentabilidad a corto plazo, genera beneficios a medio y largo plazo. Y no hablo solo de beneficios económicos.
Y para rebajar un poco, al respecto de si me siento o no decepcionado como preguntabas, creo que ha llegado el momento de reconocer que estoy en plena crisis de los 35, por lo tanto eso de sentirse decepcionado no me pasa sólo con el diseño; creo que es más bien una decepción con toda la idea de sociedad que me vendían cuando tenía 10 años. Yo era de los que se creían la idea de Europa, no te digo más. Cuando te dedicas al diseño gráfico y te da por pensar, es inevitable sentirse decepcionado. Pero creo que es bueno poner las cosas en perspectiva y no ahogarse en lo inmediato (siempre que se pueda, claro está). Para mí la tónica actual es una constante esperanza de futuro que se tambalea sobre un presente agotado.
Quique: Lo que comentábamos en el punto anterior enlaza con otro tema que me gustaría que tratásemos. El diseño como disciplina surgió al amparo del capitalismo industrial, de la producción en serie y del consumo en masa. Actualmente el diseño parece que encaja bastante bien dentro del engranaje de lo que llaman «Cultura del consumo» (mucho me temo que no lograremos sacarlo de ahí). No obstante, últimamente gracias a las posibilidades tecnológicas, se están abriendo nuevas vías de trabajo por las cuales el diseño podría lograr cierta independencia y dignidad. Me refiero a las dinámicas participativas y multidisciplinares que algunas personas están adoptando para trabajar temas tan necesarios como la ecología o la sostenibilidad. O los movimientos de software libre, co-creación y demás vías que están surgiendo como «reacción» ante el control del «Mercado» sobre nuestras vidas. ¿Estás al tanto? ¿Les ves futuro?
Antonio: Veo el tema muy crudo. Soy de los que piensa que el actual modelo productivo está agotado porque se basa en la desigualdad. Sé que aquí toco hueso. Me parecen muy tristes los discursos basados en la rentabilidad y el crecimiento desmedido. Esta crisis tan tremenda debería hacer que nos demos cuenta que estamos haciendo algo mal. Me sorprende que, a estas alturas, todavía se aliente a los jóvenes a que se hagan emprendedores… ¿Qué hacemos con los fracasados? (habla uno que lo es). Pienso que hay que iniciar nuevas formas de gestionar nuestras capacidades, que pasen por pensar y trabajar en colectivo. A ver, se supone que nos dedicamos a la creatividad. ¿No serán «participación», «co-creación», «ecología», «autonomía» la nueva jerga hipster? Los seres humanos contra los hipsters. Quique, no recuerdo si llevas barba.
Quique: Mira, me he enrollado tanto en los puntos anteriores que ya no tengo nada importante qué decir al respecto. Sí te diré que desde que ser hipster se ha reducido a llevar barba larga, procuro recortármela a menudo. Que la banalización del lenguaje como método de manipulación es un tema que me preocupa y que podría darnos para llenar dos d[x]i. Que yo estoy moderadamente ilusionado por las posibilidades que nos ofrece el futuro próximo (si aguantamos). Y que nos ha faltado espacio para hablar de por qué hacen falta más mujeres que hablen y practiquen el diseño.
Antonio: Respecto a la canalización del lenguaje… te diré que he visto los suficientes capítulos de “Juego de Tronos” como para darme cuenta de que la Gran Batalla Final que decidirá nuestro futuro está próxima. En mi saco de «buenrollismo» ya no cabe más mierda. Gran Batalla Final: o estás con los seres humanos o eres un zombie-hipster-de-mierda que prolonga a golpe de crowdfunding la agonía del capital. Concurso de barbas: a ver quién la tiene más larga. Págame el ego.
Quique: Por cierto, cambiando de tema, estaba pensando que esto de escribir en d[x]i podría haber sido una oportunidad de aparecer como dos tipos simpáticos de ésos con los que la gente quiere trabajar para sentirse moderno. A lo mejor con el planteamiento de conversación hemos perdido una oportunidad de conseguir trabajos. Debería de haberte preguntado cuál es tu color pantone preferido, cuál es el último libro que te has leído, la última tipografía que has descargado, qué excentricidad vas a hacer en tus vacaciones o cuál es tu grupo «garajero» Post Punk preferido. E incluso hacer algún guiño que nos identifique como gente de izquierdas para ver si podemos. Pero nada, yo he perdido esa oportunidad, ya me he pasado por mucho de los caracteres que nos había pedido Alejandro. Eso sí, tú aún estás a tiempo de contestar a todo eso tan importante que suele preocupar a algunos periodistas (los buenos) cuando hablan con los diseñadores. ¿Te animas?
Antonio: Amigo Quique, tengo diez años de desencanto más que tú. La edad suficiente para saber que ya no juego al juego de los «diez mejores estudios de diseño valencianos»; para saber que «el buen diseño» importa bien poco, entre otras cosas, porque nadie sabe a ciencia cierta lo que es. Hace mucho tiempo que decidí no presentarme a concursos y soy un absoluto negado en eso de la promoción personal. Concibo esto del grafismo y la edición como un oficio artesano que requiere tanto compromiso como tiempo. Me gusta mi trabajo, no sabría dedicarme a algo en lo que no creo. Pienso que, después de todo lo que hemos contado, decir que creemos en el diseño es, por nuestra parte, nuestro mejor manifiesto. ¿Has escuchado al Niño de Elche en el Sonar?