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JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ, “Los robots pueden ser complices de la evolución hacia nuevos modelos sociales, que garanticen un entorno más sostenible”.


José Luis Fernández Fernández, nacido el 8 de diciembre de 1958 en Mieres, es catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, doctor en Filosofía PdD por la Universidad Pontificia de Comillas, y máster ADE. Es miembro del Consejo Asesor de la Consultoría Social Empresarial de ICADE y conoce de primera mano la intrínseca relación entre la filosofía y la ética en el mundo empresarial y tecnológico actual. En esta entrevista nos cuenta su punto de vista sobre los nuevos avances en robótica y tecnología, y el impacto que tendrán en nuestra sociedad.

Nos encontramos en una sociedad rodeada de tecnología y avances innovadores, y nos estamos convirtiendo en una sociedad robotizada. ¿Crees que en algún momento nos controlará la tecnología? Lucho con todas mis fuerzas y por todos los medios a mi alcance para que esa distopía no tenga nunca viabilidad. Creo que una de las principales tareas de cara al futuro es preservar lo humano y apoyarlo con decisión. Soy consciente de que corren malos tiempos para el humanismo y que soplan vientos poco favorables para asumir la grandeza y la miseria de lo que representa la humana condición.

Mientras unos quisieran homologarnos con cualquier ser vivo o, incluso equiparar la densidad ontológica de una piedra a la de una persona, un ser humano; otros suspiran por el momento –cercano, de acuerdo a sus cálculos- en que lleguemos a ser “más que humanos” o tal vez, nos hayamos transmutado en “otros entes distintos de los humanos”. La apelación a la Singularity y las denominadas propuestas, ya sean post-humanistas ya trans-humanistas, revelan una confusión teórica muy notable y una desatención práctica a las consecuencias y los impactos en términos de ética, de desigualdad y de manipulación de unos frente a otros verdaderamente formidable. Dicho sea, en el sentido etimológico de la voz latina –formido-nis: miedo-; de donde “formidable”, quiere decir, capaz de meterle el miedo en el cuerpo al espíritu más templado y la persona más valiente.

Trans-humanismo

Trans-humanismo

Neil Harbisson

Neil Harbisson


¿Son compatibles los conceptos de ética, medio ambiente y robótica? ¿Crees que pueden estar presentes en la sociedad de forma permanente? Tienen que acabar siéndolo, porque en ello nos jugamos no sólo la sostenibilidad de los sistemas naturales, sino las condiciones de posibilidad de un entorno munificente, a partir del cual quepa tener la esperanza de que se produzca el florecimiento de la persona –de toda la persona, con sus múltiples y variadas sensibilidades y dimensiones; y de todas las personas: hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes… negros, blancos, mulatos… cultos, ignorantes… guapos o feos… Que de todas esas maneras –y seguramente, de acuerdo a otras muchas más- se declina la condición humana a lo largo de los tiempos, los lugares y las culturas.

Sin el empeño y la lucha teórico-práctica por construir escenarios donde se aclimaten los equilibrios capaces de favorecer lo humano, habríamos tirado la toalla antes de tiempo. Habríamos abdicado de lo más auténticamente humano y espiritual. De aquello que nos convierte en seres dignos, que tienen valor en sí mismos y no sólo precio.

A una tal circunstancia se habría de llegar, quizás por desidia o por no haber sido capaces de plantarle cara a una manipulación interesada, a favor siempre de quien manipula y en perjuicio del que es utilizado como carne de cañón al servicio de intereses ajenos; independientemente de que el engañado actúe auto convencido de que su modo de conducirse es lo bueno y lo mejor. Una tal distorsión de la estimativa moral, a buen seguro habría de tener causa en la generalización -a veces, autoinfligida, por falta de entrenamiento y uso- de la incapacidad para pensar por cuenta propia.

¡Es tan cómodo hablar por boca de ganso y repetir los mantras que se propagan –propaganda– desde las redes sociales!… Muchas veces, con agitación… como para que el rancio mecanismo del Agitprop, de infausta memoria, reverdezca mutado en jaca lozana, cuando los que lo conocen saben que es burra vieja.

Pero hay que comprenderlo. Porque lo cierto es que resulta tan arriesgado pisar el terreno de lo no del todo políticamente correcto –aunque no se acabe de tener claro quién dicta la supuesta corrección-… que, a veces, raya en lo heroico la voluntad decidida de ilustrarse; demostrando el firme empeño por salir de una minoría de edad culpable. Es comprensible; pero no deja de ser un drama y una tremenda injusticia; que, a la postre –y no tardando- habría de tener consecuencias prácticas muy indeseables para la vida en sociedad y la convivencia ordenada.

Para plantarle cara a una situación dantesca como la que se intuye entre bambalinas, más que de Ética, de lo que se trataría, ante todo, sería de decidirse a ejercer el logos. Cabría parafrasear al político que recetaba “It’s the Economy, stupid!”, con un menos insultante consejo: “¡Recuperemos la Lógica y la capacidad de pensar con orden y concierto!”

A partir de ahí, quizás, volveríamos a situarnos en línea con la eterna aspiración a la mejora; que cristaliza en la dimensión utópica de la vida; en la esperanza convencida de que siempre es posible –y por tanto, obligado- la mejora y el progreso… Pero donde dicho enhacement sea verdadero y real…

Naturalmente, para ello hay que ajustar con buen calibre las expectativas, desde el punto de partida realista de inserción en el medio, que busca trascender lo dado en busca de lo mejor entre lo posible… Esto implica, entre otras cosas, andar alerta de manera crítica para no dejarse arrastrar hacia la auto referencialidad; estar sobre aviso para cercenar en su origen y en cuanto germine cualquier veleidad egolátrica y narcisista; y, por supuesto, habría que suspender juicios, poner entre paréntesis muchas narrativas y no dar por bueno ningún relato que apunte al endiosamiento de lo humano. Sería imposible y, seguramente, indeseable.

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Junto con los grandes avances tecnológicos llegan grandes cambios para el pequeño comerciante, y además suelen ser negativos. ¿Cómo crees que podemos reducirlos? En el escenario que se nos avecina con la digitalización de la economía, veremos emerger dificultades de hondo calado. Habrán de quedar arrumbadas en la escombrera de la historia o en el desván de los recuerdos muchos modelos de negocio; usos y costumbres obsoletos; profesiones y trabajos que hasta ahora -algunos desde hacía mucho tiempo- no habían sido puestos en cuestión…

Se perderán muchas cosas –y muy buenas- por el camino. Pero, seguro: emergerán en paralelo nuevas oportunidades para quien esté atento a los signos de los tiempos y tenga la habilidad y el coraje necesario para innovar.

Entre lo uno –lo que desaparecerá para siempre- y lo otro –lo que advendrá, sin que en el momento presente seamos siquiera capaces de imaginar qué podrá ser-, están las múltiples situaciones intermedias, en las que lo que se habrá de producir serán acomodaciones, ajustes, evoluciones, adaptaciones a las nuevas realidades… Por cierto, utilizando las nuevas herramientas, mecanismos, expectativas y querencias que las circunstancias emergentes ofrezcan a la mano.

Hay que artillarse para lo que venga. Pero hay que hacerlo con buena estrategia y huyendo de lo irreflexivo que nos habría de impulsar a actuar de forma atolondrada. Y, en esto como en muchas otras cosas, lo primero y más básico es tratar de pensar con claridad. A modo de axiomas, cabe, por ejemplo, asentar hipótesis de partida tales como las cinco siguientes:

  1. No es razonable pensar, ni en parar el proceso de avance en la línea de la digitalización de la economía y la empresa; ni, mucho menos, en volver a aquella especie de business as usual con modelos de negocio del pasado, por más exitosos que hayan podido ser en su momento.
  1. Es un hecho probado que en toda situación de crisis –tanto cuando apelamos a la etimología griega de “Krinein”, como, según dicen, a la china- se encuentran siempre nuevas oportunidades. Por consiguiente, lo sensato es tratar de abrir bien los ojos y de aguzar el ingenio para mirar la realidad sociocultural con ojos creativos, disruptores, entrenados para tratar de ver crecer la hierba, por difícil que resulte; o para verlas venir –las ocasiones- cuando otros, más superficiales o desidiosos, no alcanzan ni a lo uno ni a lo otro; y, resignados a una suerte manifiestamente mejorable, se ponen una venda -culpable, otra vez- antes de tener la herida.
  1. Hay cosas que siempre van a ser necesarias, por consiguiente, sin pretender apuntarse al carro del “más de lo mismo”, búsquese la manera de aportar nuevo valor o de añadir más valor en la satisfacción de unas necesidades básicas.
  1. Mediante un ejercicio sistemático y bien estructurado –Design Thinking, si a mano viene, incluido- habría que esforzarse por Identificar qué es lo básico y lo eterno, para reenfocar el modelo de negocio hacia la satisfacción de aquellas necesidades… Este debiera ser el primero de los ejercicios estratégicos de quien aspire a identificar para su organización un propósito que le dé sentido y la cargue de futuro.
  1. No competir en el mismo terreno con quien tiene todas las de ganar. Pretender mejorar los resultados de los algoritmos ofertando productos o servicios competidores, es una decisión poco sensata. Si, finalmente, se optare por entrar en algo similar a lo que otros ofrecen al mercado –sea otros productores o bien nuevas tecnologías- habría que estar seguro de hacerlo de otra manera. Y de una forma tal que la diferencia se marque a favor de lo que el comerciante ofrece.

Reinventarse, situándose a la altura de los tiempos y las nuevas circunstancias: He ahí la consigna para el pequeño comercio que quiera consolidarse y tener éxito en el futuro.

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Está claro que la tecnología estará presente en nuestras vidas, pero ¿qué hay del medio ambiente y la sostenibilidad? ¿Seguirán existiendo tal y como los conocemos ahora? El medio ambiente es el entorno –el Umwelt– que mantiene operativa la bioesfera y a nosotros dentro de ella. Es frágil y está herido. Lo hemos usado de manera poco inteligente. De hecho, muy probablemente, cabría afirmar que, en efecto, hemos, incluso, hasta abusado de él.

Ahora bien, eso lo sabemos ahora -¡A toro pasáo, semos tóos Manolete!-. Lo sabemos cuando constatamos las consecuencias y las secuelas indeseables del culatazo del progreso, como decía Miguel Delibes. Algunas de las más obvias e indeseables son, de una parte, el agotamiento de recursos no renovables, la contaminación del aire y los océanos, la acidificación de las aguas… Y, claro es, así no podemos -¡ni debemos!- seguir… porque, de hacerlo, el suflé se nos va a hundir: las cosas no pueden seguir transitando por los mismos caminos ni siendo hechas de la misma forma… No es sostenible. ¡Y aquí surge el concepto-mantra de la sostenibilidad al que, sin duda, habría que prestarle la atención debida. Eso sí, huyendo de los profetas de calamidades y de tanta sobreactuación que, a la postre, flaco servicio acabará haciendo a la causa.

De acuerdo, llevamos doscientos cincuenta años quemando carbón –la famosa economía del carbono, a partir del día de la fecha, según parece, insostenible-. Cuando arrancaba la Primera Revolución Industrial y empezábamos los humanos a querer calentar el agua para sacarle todo el potencial que en la fuerza del vapor anida cuando se encauza con buenos ingenios y se aplica a producir y a mover maquinaria capaz de acortar las distancias… digo que, entonces, sólo veíamos la cara bonita –a decir verdad, nunca lo fue del todo; tal vez porque ese es el sino de lo humano que habríamos de aceptar como dato y tarea de mejora- del milagro económico de la humanidad. 

Los datos son inapelables y fabulosos: aumento de la riqueza, incremento de la esperanza de vida… Al menos en muchos sitios donde hasta entonces lo habitual era pasar hambre y morir joven. Aunque esas lacras siguen siendo hoy habituales en muchos otros lugares del planeta, en aquellos otros, como es nuestro caso, donde las Revoluciones Industriales echaron raíces –la Primera, del vapor; la Segunda del acero, la química, la electricidad, el petróleo y la producción en cadena; la Tercera, con el advenimiento y la aplicación a los procesos productivos y de gestión de la informática; y la Cuarta, Revolución Industrial, en la que nos hallamos, en virtud de la Inteligencia Artificial, por obra y gracia de los algoritmos, con el horizonte que nos ofrece la robótica mediante el aprendizaje profundo –deep learning-, el Internet de las Cosas, la presencia de los macro datos –big data– y de su análisis –analytics-, todo ello rasgos de la Smartfactory y de la Industria 4.0-; digo que donde las Revoluciones dieron granados frutos, el hambre quedó ya superada… aunque aún haya muchos peldaños que subir por la pirámide de Maslow para pensar en un avance digno de ser celebrado.

pirámide de Maslow

pirámide de Maslow

Y es verdad también que hemos crecido mucho; que en sesenta años hemos pasado de 3.500 millones a algo más de 7.000… y que, si los vaticinadores aciertan, para mediados de siglo seremos –o seréis o serán- 11.000. Y, de nuevo, el neomaltusianismo aflora con entusiasmo… ¿Habrá de todo para tantos?…

Y una vez más aquí nos topamos con uno de los mayores desafíos y un reto moral digno de ser acometido con toda la voluntad política, organizativa y personal de encontrarle salida. Los seres humanos no estamos en este planeta, ni para esquilmarlo, abusando de él; ni para evitar hacer uso de él. Sino, más bien, para administrarlo, utilizarlo con criterio, prudencia y bien sentido. En suma, para cuidarlo como quien cuida de la fuente de sus recursos y, en definitiva, de su supervivencia. De ahí la apelación a la sostenibilidad.

Debemos utilizar sus recursos naturales, porque de su utilización se derivan las condiciones que posibilitan la supervivencia físico-biológica y lo que, en definitiva, constituye la base requerida para poder aspirar a llenar las aspiraciones de florecimiento biográfico y espiritual.

La buena noticia es que, de momento, somos muchos ya los que tenemos asumido que no es pensable mantener el modus operandi que hemos venido trayendo en los últimos siglos, sin poner en grave riesgo el futuro de los sistemas ecológicos, dentro de los cuales, entre otros, están insertos también los económicos. “Eco”, viene de “oikos”, que en griego quiere decir “casa”… Aunque suene cursi -como, sin duda, lo es- hablar del “cuidado de la casa común”, no deja de ser verdad que debemos hacerlo… sin tardanza.

Ahora bien, sería bueno sacar las consecuencias más obvias al requerimiento. Porque, si hay una casa que nos es común a todos, a lo mejor, decidimos asumir la circunstancia de que somos quizás no sólo vecinos, sino sobre todo personas que comparten mucho más que un asentamiento, sino, incluso, el fuego del mismo hogar… O sea, que, al tener casa común, debiéramos reconocernos casi como de la misma familia… De ahí la insistencia en la necesidad de tratarnos con fraternidad, es decir, como si fuéramos hermanos…

Sobre todo, dado que tenemos sobrada conciencia histórica de que aquélla parece ser la cenicienta de la triple consigna Ilustrada, abanderada por los que llevaron adelante la Revolución Francesa, por quienes se declaran liberales en lo político y en lo económico; y por los que buscan un mundo más justo, donde las oportunidades básicas resulten ser, cuando menos, las mismas para todos.

Porque, es indisputable que la liberté y la égalité parecen haber corrido una suerte mejor en estos casi doscientos cincuenta años últimos. Han tenido, sin duda, más partidarios y admiradores… La fraternité, por su parte, ha encontrado menos eco en el mainstream político-cultural y económico. A lo mejor, tras asumir en profundidad el sentido y los alcances de la situación pandémica que venimos viviendo en los últimos meses, acaba la humanidad reconociendo que en el empeño por la fraternidad esté la tarea pendiente para el nuevo cuarto de luna y el siglo que ya va, inexorablemente, avanzando por su segunda década adelante.

Robot que imprime casas

Robot que imprime casas

Jose-Luis-Fernandez-Interview-07

Robot que imprime casas


¿Cómo es posible mantener una sociedad ética y moral cuando gran parte de las decisiones son tomadas por la tecnología? Por ejemplo, en muchas aplicaciones, son los algoritmos los que deciden por nosotros. ¿Es posible perder el control sobre las máquinas? Las máquinas son y deben seguir siendo un aliado a favor del ser humano. Dejar que se conviertan en su amo y señor sería un ejercicio de estupidez imperdonable. Aquí tenemos planteado en su crudeza y simplicidad máxima un problema muy sencillo de formular y todavía más, de entender. Resolverlo está en nuestras manos.

Y el primer paso está en una opción moral, susceptible de ser planteada en términos de dicotomía: o apostamos por lo que mejora y engrandece a las personas, trabajando a favor de obra; o tiramos por el camino opuesto, en contra de los intereses de lo humano…

Si optamos por lo primero, nos habremos salvado… Si, por lo segundo, habremos decidido suicidarnos como especie. Y eso, sería un error, una injusticia, una temeridad, un despropósito, un desatino, un desafuero… una gilipollez de órdago a la grande. En definitiva: sería algo malo, desde el punto de vista ético; y desde cualquier otra consideración que se quisiera hacer.

Y no se piense que al plantear el problema en términos tan crudos estamos entrando en un registro hiperbólico o exagerado. Nada más alejado de la realidad: hay muchísimas propuestas que, si realmente resultan sinceras -porque bien pudiera ser que quienes las formulan no pasen de ser una especie de enfants terribles con ánimo de epater al personal-, yo no puedo compartir. Y que me obligan a tratar de desenmascarar como impertinentes y, por encima de todo, como absolutamente no deseables.

De hecho, no son pocos quienes, al parecer, se dicen sentir cercanos y a favor de delirantes propuestas ecocentristas que, huyendo de los despropósitos y errores cometidos por los humanos en el pasado; es decir, por un antropocentrismo excesivo, culpable del advenimiento de un malhadado Antropoceno… apuestan incluso por la deseabilidad de que el ser humano desaparezca de la faz de la Tierra… en favor de Gea, Pachamama o como quiera que se decida denominar a la nueva deidad de la nueva religión con la que, definitivamente, no estoy dispuesto a comulgar. Entre otras cosas, porque no es obligado comprar de forma acrítica un relato tan absolutamente anacrónico, inexacto y delirante.

Con todo, ese cuento -junto a otro aún más surrealista: el que he denominado en alguna ocasión como “El cuento de la Atanasia” -de “a”, alfa privativa que significa lo mismo que “in” o “no”; y “thanatos”, muerte; y de donde vendría “Atanaia”: “Inmortal”- hoy parece gustar mucho. Al menos a unos cuantos que, aunque no son muchos, sí que manejan bien la batuta que marca el tempo del coro sinfónico de muchas de las redes sociales… Insisto: si se lo toman en serio, no los puedo reconocer como congéneres ni ubicarme entre los que secundan sus propuestas.

Yo, sinceramente, soy partidario de que los algoritmos avancen; de que el aprendizaje no supervisado y el deep learning sean una realidad crecientemente dinámica y cada día más avanzada; de que la robótica nos exima de la penosidad de muchas de las tareas más rutinarias y deshumanizantes… de que las Smartcities, en virtud de los macro datos y sus análisis, del Internet de las Cosas y de los desarrollos de la realidad virtual nos ayuden a construir un mundo más enriquecido, a todos los niveles, donde todos podamos aprovecharnos de los resultados que estamos en condiciones de hacer emerger… y de compartir.

Hasta ahí, todo mi empeño en que esto avance y evolucione. Sobre todo, con quienes se van quedando deslumbrados con los cantos de sirena de las tecnologías NBIC. Es decir, nanotecnologías, biotecnologías, informática –big data, internet de las cosas- y cognitivismo -inteligencia artificial y robótica-, capaces de hacernos transitar a posturas transhumanistas y posthumanistas.

Ya insinué más arriba que este tipo de planteamientos, a mi entender, constituyen una evidente regresión a lo infrahumano, so capa y pretexto de mejorar la condición que nos define: la humana. Tan alejada de lo divino cuanto de lo puramente animal… Susceptible de mejora y abocada a perfeccionarse. Ahí está la tarea moral inacabable, siempre en proceso de avance cualitativo.

En definitiva: nunca se podrá abdicar de la capacidad y la obligación moral de la toma de decisiones: los datos que los elaboren las máquinas… pero la decisión final, dejémosla en manos de los humanos, únicos sujetos morales, capaces de elegir voluntariamente por el bien, el mal, lo óptimo o lo pésimo. Este punto quedaría nítido si lleváramos la consideración al -actualmente, tan debatido, en los ámbitos de la Ciberética– asunto de las armas de destrucción masiva “autónomas”… y la legitimidad moral de que la guerra del futuro discurra por cauces donde la voluntad humana abdique a favor de una toma de decisiones automática.

Si esto se está empezando a evitar en asuntos menos dramáticos, pero sí muy significativos, cual, por ejemplo, es el caso del trading automático en situaciones de distorsiones graves en el mercado de valores a resultas de una toma de decisiones no humana… digo que, si esto, es moneda de curso legal en el mundo de las finanzas, ¡cuánto más habría de serlo en un contexto mucho más sustancial de cara a la viabilidad futura de lo humano!

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En grandes empresas cuentan con planes de rendimiento e informes para abaratar costes. En algunos casos se consiguen reduciendo su plantilla e incluyendo máquinas que realizan el mismo trabajo en menos tiempo. ¿Acabará el aumento de una masa laboral de robots con puestos de trabajo, o se tenderá a una especialización y aparecerán nuevos puestos para los humanos? Nadie sabe con certeza qué es lo que acabará sucediendo, pero, a tenor de lo que la historia enseña, cabe anticipar como hipótesis razonable lo siguiente: La Cuarta Revolución Industrial traerá consigo, al igual que ocurrió con las revoluciones anteriores, cambios muy sustanciales, a todos los niveles: que la interconexión entre lo económico, lo tecnológico, lo cultural, lo político, lo moral… es -como siempre fue-, una realidad indubitable. Y que, en consecuencia, un movimiento en uno de los ámbitos repercute, con mayor o menor intensidad, en todos y cada uno de los demás estratos de la dinámica social y, en definitiva, humana.

La primera gran revolución tecnológica tuvo lugar en pleno paleolítico, con la agricultura y la domesticación de los animales. Ello transmutó la manera de organizar la sociedad y la dinámica cultural. El sedentarismo empezó a ser habitual, dejando como nómadas a pueblos que, a causa de ello -o, quizás, como consecuencia de lo cual- no consiguieron avances tan significativos como los que se asentaron en núcleos urbanos estables. En estas nuevas formaciones, aparecen instituciones de nuevo cuño y progreso: la propiedad privada, la jerarquía, el incipiente Estado -y los imperios-, la contabilidad, la escritura… Y, desde el punto de vista económico, los excedentes susceptibles de ser reinvertidos y favorecer el avance económico, por lo menos de algunas capas sociales.

Esta situación, que, por lo demás, en muchos lugares, aun es lo más habitual desde el punto de vista económico… se mantuvo -y se mantiene- hasta el día de hoy. Con todo, al menos entre nosotros, occidentales, debemos recordar la emergencia de lo que se denomina la Revolución Comercial, acaecida en las ciudades-repúblicas italianas del siglo XI… Con todo, no fue hasta el siglo XVIII cuando tuvo lugar la Primera Revolución Industrial con la aparición del denominado Factory System. Esta Revolución Industrial primera, que inaugura la denominada economía del carbono -porque como nueva fuente de energía se utilizó el carbón para calentar el agua que habría de dar lugar al vapor que, convenientemente canalizado hacía funcionar determinados ingenios, capaces de incrementar la productividad de manera espectacular…-, digo que esta Revolución Industrial, en paralelo, revolucionó también las condiciones económicas, políticas, culturales e ideológicas de la sociedad en que aquella mutación técnica había tenido lugar. Los desajustes evidentes, las lacras sociales, las asimetrías de poder, la pérdida de puestos de trabajo especializados, por ejemplo, entre tejedores, sustituidos por mulas mecánicas y modernos y eficientísimos telares, accionados con la fuerza del vapor que un niño de diez los podía controlar… por muy poco dinero… Naturalmente, contra aquellos ingenios resultaba imposible competir en el mismo plano… Y así las cosas, cabía la inútil estrategia luddista que pensaba que matando al perro se habría de acabar la rabia; y que, para ello, no tuvo empacho en destrozar a martillazos las máquinas de las fábricas que, pensaban, les estaban quitando el puesto de trabajo.

En parte, sin duda alguna, tenían razón. Pero no la tenían toda; ni, sobre todo, el camino que elegían para -en lugar de ver cómo adaptarse de manera efectiva- enfrentarse a las nuevas realidades tecnológicas y económicas habría de tener tampoco futuro.… Es comprensible su punto de vista; pero al propio tiempo, no cabe sino asumir que, probablemente, no alcanzaron a calibrar la profundidad de los cambios que estaban en marcha; la densidad de las mutaciones que estaban implementándose; ni siquiera el calibre de las realidades que estaban en juego. Aquellos recién desposeídos de su estatus y, sobre todo, del empleo, juzgaban los acontecimientos desde la superficie epifenoménica. Estaban parapetados en una óptica, tal vez, ofuscada, comprensiblemente, por el impacto negativo que las nuevas circunstancias estaban teniendo en la sociedad en su conjunto y en su actividad laboral, en concreto. ¿Habrían cabido otras estrategias? ¡Sin duda!

Mutatis mutandis, la que se nos avecina ofrecerá, probablemente, similitudes con lo que ya ocurrió. A este respecto, cabría afirmar con el Eclesiastés aquello de nihil sub sole novum -que no hay nada nuevo bajo el sol-. Prescindo, por lo demás, de abundar en lo acontecido en la Revolución Industrial Segunda -la del petróleo, la electricidad, la química y la producción en cadena-; y en la Revolución Industrial Tercera -ocurrida en el último tercio del pasado siglo y primeros años del actual, con la irrupción de la informática en la dinámica económica y tecnológica. Las unas y las otras impactaron -si bien no con la crudeza que lo hizo la Primera Revolución Industrial, ni con la que lo va a hacer la Cuarta, en la que ya estamos inmersos, sin posibilidad de vuelta atrás.

Aprendamos de la historia y asumamos que, de una parte, seguramente se van a perder muchos puestos de trabajo. Si nos gusta la regla del 80/20, digamos que el 10% de los trabajos actuales están llamados a desaparecer: tienen los días contados. Cuáles son, en qué sectores y en qué momento devendrán inevitablemente obsoletos, ya se parece que se va sabiendo.

Cualquiera que esté interesado en este asunto puede hacerse una composición de lugar razonablemente bien ajustada. Y para ello no hace falta diseñar una estrategia de búsqueda compleja, como para, por caso, documentarse con vistas a la redacción de un artículo científico o de una tesis doctoral sobre el impacto en el mercado de trabajo de las nuevas tecnologías. Basta con un somero tecleo en Internet pidiendo respuesta a esa cuestión, y el sistema nos arrojará un largo listado de informes, todos ellos muy solventes y bien documentados.

Hay, pues, digamos que un 10% de trabajos que no tienen futuro. Esas ocupaciones -y, en consecuencia, los empleos con ellas conexos- desaparecerán sin remedio. Por ello, pienso yo que, quienes actualmente se ocupan en tareas que no habrán de tener viabilidad a plazo medio, si no inmediato, no están metafísicamente obligados a optar de manera compulsiva e irreflexiva por repetir errores ya conocidos. En tal sentido, parece poco prudente y nada sensato pretender oponerse a la marcha de la historia, transmutándose en los nuevos ludditas del XXI. Harían, tal vez, mejor en tratar de reconvertirse y adaptarse a nuevos contextos, mientras puedan…

Naturalmente, para quienes hayan de quedarse definitivamente al margen, en la cuneta de la dinámica social, habremos de tener previstos mecanismos paliativos para que no se queden atrás… Sea dicho esto -y permitida me sea la ironía-, no con la ingenuidad buenista de tanto discursito bien intencionado y políticamente correcto que, por si no fuera obvio que se instrumenta por boca de ganso, al repetir la misma gansada de “no dejar a nadie detrás”, calcada de quien en primer momento, asesorado por buenos creadores de imagen política; sino, porque, es peligroso dejar a alguien desesperado a la espalda: no vaya a ser que te aseste una puñalá trapera.

Ahora bien, por triste que sea tener que levantar acta de defunción de tantos puestos de trabajo como la Industria 4.0 traerá consigo -y para ajustarnos a la cómoda estimación a que antes me referí del 80/20-, cabe pensar que, como para compensar aquella pérdida, muy seguramente aparecerán también nuevas ocupaciones, nuevos puestos de trabajo, nuevos empleos, nuevas fuentes de acceso a la renta para el ejército de reserva del proletariado, como se decía in illo tempore.

¿Cuántos serán?… ¡Quién lo sabe! Pero, como nadie está en condiciones de asegurar nada con certeza, yo me inclino a profetizar el advenimiento de una situación en la que, en resumidas cuentas, se habrá de ir lo comido por lo servido. Con esos cálculos, resulta que habrán de aparecer yacimientos de empleo que constituyan una cantidad parecida a la de los que habrán de quedarse fuera de juego. En consecuencia, calculemos, en un escenario optimista, que habrá un 120% de trabajos nuevos, capaces de dar empleo a nuevos trabajadores.

Pero aquí surge otra cuestión intrincada, porque, de una parte, aún no somos capaces de identificar del todo, qué tipo de trabajos serán, ni qué perfiles se van a necesitar. Pero, de otra, habrá que tener gente preparada para cubrir aquellas nuevas necesidades. La pregunta, la paradoja y el desafío, pues, están servidos: ¿Cómo preparar hoy a alguien para algo que aún no sabemos cómo va a ser? ¡He ahí otro reto en el que merece la pena pensar a fondo desde ámbitos muy diversos! Tal vez hayamos de darles a los jóvenes una formación que les permita adaptarse… ¡Adaptación, convertida en consigna para la educación que mire al futuro!

Junto a los trabajos que desaparecerán inevitablemente y los que aflorarán como nuevas tareas ocupacionales requeridas por la nueva realidad, derivada de las transformaciones que la Cuarta Revolución Industrial traerá consigo -otro 10 %-, habrá un enorme espectro de actividades que no habrán de desaparecer. Ahí se inserta el 80% -con lo cual cuadramos aquella especie de proporción aurea de los libros de Economía del famoso 80/20-.

Ahora bien, ese enorme volumen de trabajos que se van a mantener, con todo, van a requerir adaptaciones de envergadura, que exigirán que, quienes los están realizando hoy, desarrollen nuevas capacidades. Y, naturalmente, que quienes se vayan a preparar para desempeñarlos en el futuro, se cualifiquen también como es debido. Aquí, dicho sea expresamente, los redundantes del 10% aludido en primer término, habrían de explorar nuevas posibilidades de empleo. El empleo, como ya dije, es el modo habitual de acceder a la renta; y ello es muy importante- de modo que, quien no tiene esa vía, en una sociedad avanzada, necesitaría de subsidios que le permitan llevar una vida medianamente digna.

Por otro lado, con el desempeño laboral, la persona logra una inserción más plena en el concierto social, en pie de igualdad con cualquier otro que, con un trabajo remunerado, aporta su creatividad personal al servicio del Bien Común…. Y ello, sin que necesariamente se tenga que pensar que se esté produciendo una ontológicamente inevitable y éticamente indeseable alienación… como se postulaba en determinados contextos, tal vez, con cierta razón.

El ejemplo de lo que supuso la experiencia de este último año es muy ilustrativo a este respecto: quien más, quien menos, todos nos hemos visto abocados a adquirir habilidades nuevas para adaptar nuestra actividad laboral o profesional a las circunstancias de la pandemia, haciendo uso de una tecnología, que está teniendo mucho más de aliada que de enemiga. Esta experiencia reciente podría servir de inspiración para todos aquellos que quieran enfrentarse, desde una actitud positiva y constructiva, a una nueva situación socioeconómica, política y cultural, derivada de una mutación muy profunda en la esfera de lo tecnológico.


¿Crees que el uso de máquinas robotizadas puede abaratar el precio de los productos y favorecer el consumismo? Caben muchas las opciones… Que, con el uso de los robots se vayan a abaratar los costes, parece obvio y es casi seguro. Al menos, una vez se hayan amortizado los costes a los que la inversión inicial en digitalizar la economía, la empresa y la gestión… en proceso de transición hacia el nuevo escenario productivo de la Industria 4.0. Una producción intensiva en capital, como sería la que sustituyera mano de obra humana por robots, caeteris paribus, abaratará los costes, como digo, tras la amortización de la inversión inicial. A partir de ese momento los retornos al capital -a través de plusvalías y dividendos- se podrían disparar hasta cotas tan elevadas como el mercado estuviera en condiciones de poder aguantar, básicamente, por la posibilidad real de una demanda solvente suficiente como para adquirir la producción de bienes y servicios generados en el nuevo contexto industrial.

Lo que va indicado, por lo demás, hay que ponerlo en relación con el hecho de que, a una mengua en los costes de producción, no necesariamente ha de seguirle una correlativa rebaja en los precios. Para que esto fuera así, habría que tocar otras teclas en el sistema y llevar a cabo algunos ajustes de pequeño calado. Unos, de tipo político, tales como aquellos que sienten las condiciones para una competencia abierta, alejada de monopolismos o excesivas asimetrías de poder por el lado de la oferta; otros, económicos; y, con toda probabilidad, unos terceros, fiscales… Porque, en todo caso, la mutación social a que la generalización de aquel proceso de transición generalizada hacia una economía digitalizada nos habría de llevar -y, seguramente, nos acabará llevando antes de que medie la década de los años treinta-, sobre todo, contando, entre otras cosas, con que la mano de obra redundante habrá de requerir un proceso de adaptación y de ajuste a las nuevas realidades sociales, económicas, políticas y culturales.

Ello, naturalmente, exigirá instrumentar en paralelo providencias que busquen asegurar que aquella adaptación a los nuevos escenarios se lleve a efecto de una manera que pueda calificarse como de razonablemente transparente y, por encima de todo, como aceptablemente justa. Estas devendrán, con toda probabilidad, verdaderas condiciones de posibilidad para un futuro estable, con paz social y un avance de progreso merced a dinámicas sostenibles. La sostenibilidad, como es obvio, no apela sólo al ámbito de lo ecológico y de lo verde; sino también al terreno de lo social y lo económico… es decir al de la ecología humana o, si se quiere, hacia lo que se denomina en algunos contextos, como una ecología integral.

Desde esta perspectiva de la búsqueda de una ecología integral en el inminente escenario futuro de una economía digitalizada, donde se haya generalizado la prestación de servicios y la producción de bienes utilizando la Inteligencia Artificial y la robotización, se necesitará, en aras de la sostenibilidad de los procesos sociales y ecológicos, rediseñar los modos de vida y apostar por nuevos valores que, más que primar un consumismo desenfrenado, nos ayuden a movernos hacia una mentalidad que nos permita acoger como más deseables algunos otros aspectos de tipo cultural, junto a nuevos modelos sociales y principios éticos, que garanticen un entorno más sostenible.

En tal sentido, por ejemplo, una austeridad de nuevo cuño, que se aleje del derroche y la ineficiencia; una apuesta más por el ser que por el tener, más por lo espiritual que por lo material, abierta a necesidades de escala entre media y alta en la famosa Pirámide de Maslow… habría de formar parte de una mentalidad a la que, entre todos, habríamos de tratar de ir aclimatando a lo largo de los próximos quince años.

No es razonable -tampoco sería bueno, desde el punto de vista ético, ni, por supuesto, sostenible- pensar que, a una hipertrofia de la dimensión tecnológico-económica de la vida en sociedad, no la hubiera de acompañar otra, paralela -ya que no simétrica- en la dimensión sociopolítica y cultural. En todo caso, lo que no deberíamos nunca dejar que ocurriera sería que a aquel espectacular despliegue de lo técnico le siguiera -como la sombra al cuerpo y el perro al amo-, una atrofia correlativa en la estimativa moral y en la axiología.

Para acometer esta, tal vez el camino más directo y eficaz lo hayamos de encontrar, otra vez, como cuando se trata de proyectar a largo plazo, en una educación de nuevo cuño. Donde, por ejemplo, a la suficiencia en las competencias digitales, la ciudadanía reciba instrucción en aspectos tan esenciales como la capacidad de convivir en paz y de empeñarse por el Bien Común. Por consiguiente, habría que capacitar a la gente con un doble tipo de herramientas conceptuales y prácticas. De una parte, habrá que dotarlos con el necesario bagaje de habilidades y conocimientos que capaciten a las personas para manejarse con solvencia en un mundo, cada vez más imprevisible y dinámico, con unas innovaciones tecnológicas que ni siquiera alcanzamos en estos momentos a otear con precisión. De otro lado, será conditio sine qua non para un entorno viable y sostenible, que se les eduque en aquellos valores éticos sólo a partir de los cuales cabría esperar la consolidación de un futuro equitativo y sostenible: en definitiva, más humano.

Por fortuna, da la impresión de que algo parece estar moviéndose a este respecto. Sin que sea oro todo lo que reluce y, descontando la dosis de oportunismo que siempre cabe esperar en relatos tan aparentemente bien orquestados, resultan esperanzadores algunos movimientos identificables en ciertos discursos teóricos. En efecto, desde los ODS a las propuestas por un Great Reset del sistema económico hacia un Stakeholder Capitalism y una empresa con propósito, parece que la opinión pública está interiorizando el mensaje. En ello, pues, andamos; pero aún tenemos todos -administraciones públicas, instituciones y organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación y, por supuesto, empresas- un largo camino por delante que merece la pena recorrer juntos.

Espai verd Arquitectura sostenible, tecnologica y ecológica

Espai verd. Una propuesta de Arquitectura sostenible. Valencia


¿A través de qué métodos crees que es posible que la ética forme parte de las nuevas tecnologías y de los avances en robótica? La idea base de la que hay que partir y que apunta al subrayado de la existencia de una dimensión moral en la técnica, cabría formularla en forma de hipótesis de trabajo en los siguientes términos: “Quien declare que la tecnología, la Inteligencia Artificial y la robótica son realidades exclusivamente tecnológicas y, por consiguiente, neutras, estaría declarando una convicción que, en el mejor de los casos, más que de una afirmación racional, debería ser considerada como expresión de un registro lingüístico cercano al mito. En consecuencia, la tesis separatista, que busca escindir y ubicar, en un lado, el desarrollo tecnológico y en el otro las consideraciones morales, no pasa de ser una falacia, desde el punto de vista teórico; y -con alta probabilidad- una ideología favorable a quienes tienen interés, incluso inconsciente, en que se asuma como racional e indiscutible el aserto de la neutralidad moral de la tecnología. Con ello, lo que se busca -expresa o inadvertidamente- no es otra cosa que inmunizar el desarrollo tecnológico frente a las consideraciones éticas. Por el contrario, lo cierto es que la técnica, como producto humano, constituye un medio cargado, a la vez, de fabulosas potencialidades para el bien y de no menos formidables peligros.

Porque, como es indiscutible, la tecnología, en cualquiera de las concreciones que despliega su amplio abanico de posibilidades, ayuda a incrementar la productividad y la eficiencia, contribuye -acabamos de decirlo- a reducir costes y, en definitiva, aumenta -o, cuando menos, está en condiciones de aumentar- de manera más fina y ajustada la exactitud en el diseño de los procesos industriales y de todo tipo, con la aplicación de la búsqueda de patrones y regularidades en un número exponencialmente creciente de datos a los que cabe aplicar análisis por parte de algoritmos que, aunque producidos por la inteligencia natural, sentiente, finita, limitada, humana… son capaces, en su momento, de desarrollar capacidades de computación, de aprendizaje profundo y de velocidad que superan con mucho las posibilidades al alcance de la razón humana.

Desde el punto de vista opuesto, también es verdad que aquel desarrollo, como producto humano que es, si se pone en marcha, si se desarrolla, si se invierte en que avance, se hace, casi con toda probabilidad, motivado por una mezcla de objetivos y atendiendo a una serie de metas de diferente calado. Algunas, quizás, pudieran estar cercanas a lo que podríamos denominar amor al arte y al deseo de saber. Otras, sin duda, tendrían un objetivo -legítimo, en principio- más pragmático: el de mejorar procesos y ganar en eficiencia. Y esto, a su vez, pudiera ser debido a la voluntad de respetar mecanismos naturales, de optimizar resultados, minimizando costes y excluyendo despilfarros… a mayor gloria del planeta, por puro altruismo con las generaciones futuras… O bien, porque, con ello, se estaría en condiciones de obtener rentabilidad económica y llevar a efecto negocios capaces de arrojar beneficios abundantes a lo largo de mucho tiempo. Como digo, lo más normal es que las motivaciones se entreveren las unas con las otras; y que el ánimo de lucro sirva de espoleta -¡legítima!- para la innovación, la investigación básica, la aplicación y el desarrollo de nuevas maneras de abordar los procesos productivos y la forma en que se gestiona la prestación de servicios.

Con todo, cabe pensar que también haya malos de la película que, capaces de manejar tan poderosos instrumentos para dañar al prójimo, para aprovecharse de la incompetencia ajena o, simple y llanamente, para hacer el mal, por puro placer sádico, con las herramientas tan potentes que el desarrollo tecnológico y la IA ponen en sus manos, constituirían un peligro enorme -de hecho, la realidad del cibercrimen es digna de estudio y de grave atención- que, por todos los medios habríamos de conjugar.

Y bien: ¿cuáles son los medios que tenemos ante nosotros? Y, cuando pluralizamos el sujeto con el “tenemos”, ¿a quién nos estamos queriendo referir? Los medios parecen claros: la regulación mediante las leyes, la autorregulación ética y la formación de la conciencia moral. O sea, Ciberlegalidad inspirada en una bien fundamentada Ciberética.

Por lo demás, los agentes, en esencia, son de sobra conocidos: los Estados nacionales, de una parte; de otra, las asociaciones supranacionales, los consorcios regionales, las agrupaciones multilaterales y todo tipo de organismos que, a una escala mundial, buscan sentar bases para un futuro sostenible y favorable al despliegue de lo humano.

En tercer término, habría que subrayar el relevante papel que cabe atribuir a las asociaciones profesionales de ingenieros, de desarrolladores de programas, de informáticos, de expertos en cualquiera de las ramas en las que se declina la tecnología… Su probidad profesional, al igual que ocurre con cualquier otra profesión -desde los psicólogos a los abogados, pasando por los trabajadores sociales o los dentistas-, exige de ellos ciencia; sin duda. Pero también -y, sobre todo- conciencia. Una profesión sin ética es pura quimera. Toda profesión está, siempre, al servicio de quien recibe el servicio o la atención que el profesional realiza o con cuya actividad se acaba llevando a término. Independientemente de que, además, dicha actividad profesional redunde -como no puede ser de otra forma- en beneficio de quien la ejecuta -al fin y al cabo, el profesional vive de su profesión: no es un simple amateur, ni un agente ocasional de actividades momentáneas.

Como agentes impulsores de esta manera ética de conducir los negocios y el desarrollo tecnológico al servicio de las personas y buscando el bien de la humanidad en su conjunto -y de forma sostenible-, están las empresas. El papel que la sociedad les atribuye y las retadoras expectativas que se están poniendo en ellas para que se impliquen en el diseño e implementación de unos modelos de negocio buenos -es decir, rentables, equitativos y sostenibles-, hará que se acaben implicando de manera decidida en la construcción de un mundo mejor y más humano, donde todos encontremos ocasión para el desarrollo personal, contando con los recursos suficientes para ello.

Afortunadamente, en este sentido, no estamos precisamente ayunos de propuestas y providencias. Y esto que digo, es posible identificarlo en todos los estratos a los que aludí más arriba: tanto en lo referido a leyes y reglamentos de alcance internacional, cuanto regional y nacional. Y lo mismo sea dicho, con respecto a medidas de autorregulación emanadas desde organismos que agrupan a profesionales, ya a escala regional -por ejemplo, en el marco de la Unión Europea-, cuanto a escala de Estado-nación o incluso de ámbito territorial más acotado.

Por lo demás, se insiste en subrayar una serie bien precisa de principios éticos a los que atender, bastante comunes con los tradicionalmente subrayados en los dominios de la Bioética. Tales son, por ejemplo, los siguientes: respecto a la dignidad de las personas, no maleficencia, beneficencia, transparencia, trazabilidad, respeto a la autonomía de las personas, responsabilidad por las consecuencias de las actividades y justicia.

Y tratando de atender a la dimensión ética de modo que se abarque el proceso entero: diseño, desarrollo, implementación y puesta en práctica, funcionamiento, consecuencias, resultados derivados del funcionamiento de los ingenios de la Inteligencia Artificial. Y, en su caso, modo de reconvertir o desechar subproductos o recursos de manera inocua.


¿Tendrán la tecnología y la robótica un impacto positivo en nuestras vidas a largo plazo? El impacto es, potencialmente, tanto positivo como negativo. Creo que, precisamente, esta circunstancia la que abre con toda urgencia la puerta a la reflexión moral respecto a cómo debiéramos pilotar el desarrollo tecnológico.

En nuestras manos está apostar a favor del impacto positivo de la tecnología. La manera más inmediata de apostar a favor de obra y a querencia de lo humano tal vez esté en la articulación de un adecuado ordenamiento jurídico-político, que busque encauzar la dinámica tecnológica en un marco axiológico bien diseñado, para con ello embridar desde la Ética una tecnocracia cada vez más poderosa y, como ambigua que es en su esencia, ponerla, tanto al servicio del bien de las personas individuales, cuanto a favor del Bien Común en su conjunto.

En tal sentido, se puede proponer una serie de principios morales y criterios de actuación como guías para actuar y brújula para orientar una adecuada toma de decisiones. Porque, asumido el principio de legalidad, que obliga a cumplir, tanto con la letra, como con el espíritu de las leyes y los reglamentos, aquellos principios a los que aludo, piden ir más allá de la ley, toda vez que conectan con los valores éticos en los que aquélla debiera encontrar su fundamento filosófico

Pienso que entre los criterios, principios y valores éticos que habría, a este respecto, que diseminar entre los profesionales y respecto a los cuales habría que concienciar a la ciudadanía, a las administraciones públicas y, sin duda, a la clase política de la sociedad del conocimiento, cabría -sin ánimo de exhaustividad- proponer, cuando menos, los cuatro siguientes:

  1. Opción clara por una tecnología que se alinee expresamente con el respeto más exquisito a los Derechos Humanos.
  2. Declaración explícita de parte del mundo técnico-económico para situar en el centro de todos los procesos a la persona humana, buscando, en consecuencia, el desarrollo y la implementación de una tecnología que favorezca el más pleno desarrollo humano.
  3. Respeto y promoción de los valores éticos básicos, entre los que cabe enunciar los siguientes: dignidad, libertad, igualdad, respecto a la diversidad, integración de los diferentes, democracia, imperio de la ley, preservación del medio ambiente.
  4. Empeño por extender las condiciones que posibiliten el advenimiento de un progreso sostenible a todas las personas y culturas, al paso que -huyendo de cualquier veleidad paternalista y, naturalmente, de toda utilización interesada- se respeta la autonomía y la voluntad legítima de los concernidos.

La robótica y los nuevos avances han modificado algunos de nuestros hábitos, ¿crees que la mejora de las tecnologías puede ayudarnos a ser una sociedad más solidaria y ética que cuida el medioambiente, o nos convertiremos en seres individuales y egoístas que solo se preocupan por lo propio? Estoy firmemente persuadido de que el género humano irá evolucionando y creciendo en todos los niveles: El más obvio es el nivel material, donde los avances resultan muy fácilmente observables; pero, en medida complementaria, siquiera haya de ser a un ritmo mucho más lento, también lo hace -y aún lo deberá de hacer mucho más en el futuro- en la dimensión anímica y espiritual de la vida. Con ello la raza humana irá aproximándose a la consecución de cotas cada vez más altas de humanidad y de humanización. Porque, según yo veo las cosas, se trata de un proceso abierto que aún no está acabado ni cerrado del todo. Es más, considero que nos encontramos muy a los inicios de un camino largo y que aún tenemos mucho recorrido por delante.

En este sentido, llevo situado en la estela de mis lecturas juveniles, alineado con las intuiciones del P. Pierre Teilhard de Chardin, S.J. Este jesuita, antropólogo físico eximio y sugerente pensador -no siempre bien comprendido- en materia de Antropología Filosófica, a mediados del siglo pasado dejó muy sustanciosas ideas sobre las que he vuelto repetidamente desde mi mocedad; y que en el día de hoy considero necesario y provechoso revisitar. La manera que él tiene de interpretar el fenómeno humano, en el marco de una evolución creadora -por sólo citar el título de dos de sus obras que, naturalmente recomiendo con vivo entusiasmo a quien quiera encontrar materia y ocasión con la que prolongar las propias reflexiones a este respecto-; digo que él interpreta el proceso como una suerte de despliegue de las potencialidades identificables en la biosfera, hacia una realidad más compleja y evolucionada… lo que él denomina la noosfera, esto es, la esfera del espíritu. La pregunta última es, naturalmente, la del hacia dónde. Es decir, la que inquiere por la meta hacia la que la evolución parece conducirnos y que él sitúa en lo que denomina con poética formulación “el punto omega”. La respuesta que Teilhard ofrece- es muy dueño cada quien de entre sus lectores -e incluso de entre los míos, si es que hay alguno que haya tenido la gentileza y, aún más, la paciencia de acompañarme a lo largo de estas ya un tanto largas reflexiones-, es muy dueño cada quien, como digo, de aceptarla como válida y, en consecuencia, planteársela con espíritu inquisitivo. O, por el contrario, puede muy bien optar por arrumbarla como impertinente en la escombrera de las cuestiones irresolubles, de las preguntas retóricas o de los entretenimientos inanes.

Ahora bien, esta actitud -completamente legítima, sin duda, no es la única que cabe adoptar. Al contrario: yo, por mi parte, encontré en ella un marco de interpretación, una suerte de iconografía mental desde la que proceder a la interpretación de la realidad cósmica en la que me veo inserto. Si, al fin y al cabo, lo que se busca es una adecuada hermenéutica que ayude a tratar de comprender las realidades en las que nos movemos y existimos, para un más adecuado saber a qué atenerse pragmático, pienso yo que el icono que ofrece Teilhard con su punto omega constituye una poderosa metáfora que, para unos apunta a la última letra del alfabeto griego; y para otros a la realidad divina del Dios trascendente y personal.

Como tan acientífico resulta afirmar lo segundo como dar por sentado lo primero, en estos dominios sólo nos cabe la opción binaria o bien por una metafísica o bien por la otra: porque, en efecto, estamos ya al margen de lo empírico, de lo mensurable, de lo cuantificable, de lo manipulable. En consecuencia, ni se puede probar con certeza indubitable lo uno, ni cabe pretender demostrar de manera apodíctica lo otro. En dominios tales como resultan ser éstos en los que acabamos de entrar de la mano de Teilhard de Chardin, no caben demostraciones… sino, tan sólo, la opción de presentar las cosas con sinceridad y un razonamiento que no carezca de lógica; y, tras ello, dejar que sea cada quien el que escoja lo que más le guste o que asienta con respecto a aquello que considere que más le conviene.

Por lo demás, desde también, al menos desde los tiempos de Aristóteles, que no se deben buscar por igual la exactitud en todos los razonamientos; que es tan improcedente pedirle a un geómetra que convenza con buenas razones, como obligarle a un político, a un retórico, a filósofo moral -de aquellos que nos dedicamos a la Ética-, que demuestre lo que dice. Es propio del hombre sensato saber cuándo la materia objeto de debate corresponde a uno o a otro de los dominios en los que el conocer exacto es posible -una vez más, el wissen kantiano- o en donde lo más a lo que cabe llegar es a la formulación de un pensamiento, mejor o peor articulado, pero siempre ubicado en los terrenos del denken al que también nos emplazaba Kant, cuando queríamos habérnoslas -como, por otra parte, resulta inevitablemente humano, allzumenschliche, dijo Nietzsche- con asuntos propios de la razón práctica. Como es sabido estos son los que cabría englobar bajo la segunda de las tres grandes preguntas que toda Filosofía debiera tratar de contestar con solvencia. A saber: la primera, “¿qué puedo conocer con certeza?”; la segunda, la que nos emplaza en el dominio de la Ética, “¿qué debo hacer?”; y la tercera, conexa con la anterior, pero prolongándola, “¿qué me cabe esperar?”. Como síntesis y recapitulación de todo ello, Kant afirmaba que aquellas tres preguntas se resumían en la cuestión de las cuestiones: Was ist der mensch? -o sea, “¿qué es el hombre?” Como se observa, con ello, volvemos a estar situados en el punto de partida, sólo que ahora, quiero pensar, estamos provistos de una mayor lucidez para el análisis.

Desde esta mayor finura intelectual puedo afirmar que comparto, respecto al statu quo, la insatisfacción que tantos otros sienten al considerar el lamentable estado en que nos encontramos como género humano en asuntos de gran relevancia. Con toda probabilidad nos tendrá ocupados mucho más allá del horizonte temporal del año 2030, si bien, para entonces habrían de haber sido cumplidamente acometidos y resueltos, al menos, algunos de los asuntos más imperiosamente impostergable.

Y ello, pese a que, por lo demás, el método empleado para su elaboración adolezca del orden requerido para haber cristalizado en una arquitectónica que pudiera estar en condiciones de presentarse con una estructura rigurosa y sistemática.

Naturalmente, quienes atribuyen todas estas deficiencias, en exclusiva, al sistema económico capitalista -por injusto o inadecuado que se lo quiera considerar-, caen en su diagnóstico en una suerte de tropo literario cercano a la metonimia o a la sinécdoque, donde se toma la parte por el todo; y no se acierta a encaminar el análisis crítico al fondo de la cuestión. El problema, a mi entender, es más profundo; y, tal como yo lo veo, engloba al sistema económico entre aquellos epifenómenos que apuntan hacia la lista de las cosas que habría que arreglar; y no producto final que habría de tener por causa a un modo ineficiente e insolidario a la hora de organizar la economía. Es decir, de producir bienes y prestar servicios para satisfacer necesidades humanas y sociales de manera eficiente y -en el summum de las expectativas morales-, a ser posible, justa. Ahora bien, esta apelación a la justicia económica, una vez más, nos sitúa extramuros de la idiosincrasia de la ciencia y de la técnica económica: nos emplaza en los dominios de la ética, en el terreno de los principios morales y en la tesitura de un reparto guiado desde criterios axiológicos, ajenos en esencia a la dinámica de los mecanismos por los que se rigen los hechos y las realidades económicas. Éstas, en todo caso, también debieran ser ordenadas por referencia a parámetros meta-económicos, propios de las aspiraciones utópicas hacia una sociedad de la suficiencia y de la satisfacción sostenible de las necesidades -al menos, de las básicas y necesarias para una vida buena y decente- de todas las personas.

En definitiva, tanto las deficiencias identificables en el seno del sistema económico capitalista, cuanto las otras tareas pendientes en materia de auténtico desarrollo humano a que acabamos de hacer referencia, a mi entender, forman parte del mismo racimo y se insertan en un mismo tronco: el de una humanidad raquítica que, con la poda adecuada, habrá de estar en condiciones de dar fruto más granado y abundante en el futuro.

De nuevo, el pragmatismo bien informado, orientado al largo plazo y a una mejora sustantiva de las instituciones sociales y económicas, me exige prestar atención a las causas de fondo. Éstas, por mi parte, las ubico en una naturaleza humana -si no caída, al menos- en un estado tal, que, ante todo necesita ser ayudada a identificar el punto en el que se encuentra; en segundo término precisa de que se le haga sabedora de la meta utópica hacia la que merecía la pena encaminarse; en tercer lugar, requiere de una tarea previa de concienciación que la estimule a entrar por la ardua tarea de empeñarse en la mejora de sí misma en todos los ámbitos y, sobre todo, en los más esenciales y conexos con las características más específicamente humanas; finalmente, se necesitará una especie de itinerario bien marcado, con etapas adecuadamente señaladas y, sobre todo, alcanzables -con esfuerzo y de manera paulatina, pero alcanzables-…

Avanzar en esta línea, implica, ante todo, haber hecho el sano ejercicio de saber cuál es el punto de partida y cuál merecería la pena que fuera el de llegada. A renglón seguido cabe señalar la necesidad de que la gente ponga de su parte todo lo que esté en su mano, sin subcontratar a instancias inadecuadas -grupos, instituciones- lo que cada quien puede -¡y debe!”- tratar de hacer por sí mismo. Esto que digo tiene mala venta en el zoco en el que las redes sociales y el ruido mediático nos mete; y resulta difícil de emitir en una frecuencia de onda comprensible por quienes parecen haber sido educados en la cultura de la satisfacción complaciente, del presentismo egocéntrico, de los derechos sin deberes.

Nadie debiera decir que lo que se está proponiendo haya de resultar tarea fácil de acometer ni, por supuesto, con garantía de que se vaya a conseguir institucionalizar sin mucho empeño y gran esfuerzo. Lo que, por mi parte, afirmo con rotundidad es que lo que va indicado representa una tarea a todas luces deseable, en la que merece la pena implicarse y que, en mi opinión, es absolutamente necesaria.

En consecuencia, la honradez intelectual me obliga -aunque sea a contrapelo de la corriente identificable en el mainstream cultural que nos envuelve- a encarecer la conveniencia del que nos decidamos a optar por aquellos valores intangibles que necesitan ser, una y otra vez, propuestos como ideales por los que merece la pena luchar; como metas deseables, buenas, humanizantes…

Para ello, junto a unas providencias y medidas de alcance macro, que, de ordinario, deberían venir promovidas e impulsadas de parte de las autoridades y de quienes tienen encomendado el cuidado de los intereses públicos; hay otras que debieran emerger a partir de la voluntad estratégica por cumplir con el propósito organizativo de empresas y una variada panoplia de instituciones ubicadas en el nivel intermedio -el nivel meso, donde se ubican las organizaciones de tipo-. Ahora bien, junto a ello, habría que estimular también a cada persona para que se decidiera a tratar de dar lo mejor de sí misma. Será preciso encarecer la virtud individual e insistir en la doble necesidad ética de, primero, ocuparse conscientemente y de manera autodeterminada en la propia mejora personal, mediante la construcción de un carácter moral, asentado en buenos hábitos.

Respecto a prójimo, lo que se debiera proponer, como segundo gran ámbito de consideraciones éticas en el plano micro del agente individual sería la conveniencia de fortalecer la voluntad firme y perseverante de empeñarse por el Bien Común. Porque en esto -y no en otra cosa alguna- es en lo que consiste la verdadera virtud de la solidaridad. Una virtud tan deseable y necesaria para una convivencia justa y una buena vida, como al alcance de cualquiera que decida escribir el guión de su propia vida moral de acuerdo con elevados estándares de excelencia humana, personal y colectiva.


En estos momentos asistimos al nacimiento de robots que cumplen todas las funciones, desde limpiar hasta enseñar o cuidar niños. ¿Crees que la tecnología es esencial en nuestras vidas o hemos confundido la necesidad con la comodidad? La tecnología -desde la domótica a la producción 3D, por sólo poner un par de ejemplos- y los mecanismos que ayuden a las personas a ganar en eficiencia -sin causar, como contrapartida, daños ni mayores de ningún otro tipo-, están ayudando a resolver aquello que lord John Maynard Keynes denominó en su día el problema económico.

Por lo demás -otra vez, caeteris paribus-, todo lo que o bien nos exima de la penosidad de trabajos rutinarios, deshumanizantes, cansados y poco creativos -pensemos, por caso, en abrillantar cristales, apagar las luces, fregar los suelos, limpiar letrinas, picar carbón-; y, con mayor razón, todo lo que contribuya a ayudarnos a resolver el problema económico, permitiéndonos obtener una producción abundante, susceptible de ser compartida con equidad… todo esto, digo, debe ser siempre saludado como un paso adelante; y reconocido como un avance en el proceso de mejora de la condición humana.

John Maynard Keynes

John Maynard Keynes

Ahora bien, en paralelo, habría que anotar como tarea pendiente para el futuro- que, una vez se hubieran resuelto aquellos problemas técnico-económicos mediante el concurso de los robots y demás artefactos, producto del desarrollo tecnológico, se abre ante nosotros un abanico de tareas de otra índole más elevada a las que hay que empezar a dar respuesta, con el empleo del tiempo liberado por los ingenios tecnológicos.

Me estoy refiriendo a tareas conexas con la vida espiritual, con la dimensión moral de la vida, con lo que apunta al arte, al goce estético, al despliegue de la personalidad y al cultivo de rasgos que, además de mejorar la calidad humana del sujeto, contribuye a construir un mundo mejor, más plenamente humano.

¿Sabremos identificar y estaremos prestos a embarcarnos en esta nueva singladura? Quiero creer que sí. Posibilidades hay muchas; de lo que se trata, una vez más, es de llevar a efecto una labor pedagógica que encarezca la virtud, que abra perspectivas en el ámbito de la vida del espíritu, que apueste por valores situados más allá del tener y de la búsqueda obsesiva y compulsiva de un consumismo insaciable. Este anclaje en lo puramente material del tener, sin decidirse a avanzar por la senda del ser y de la mejora personal y colectiva, no consigo dejar de valorarlo como una patología, quizás debida a la falta de unos horizontes más elevados y a unas miras a la altura de lo que el ser humano está llamado a hacer de sí mismo y del mundo que está en condiciones de construir.

El concurso de la tecnología en el proceso de humanización constituye una de las grandes novedades y una de las más prometedoras circunstancias con las que la humanidad se ha visto pertrechada. Todo ello emergió como resultado de la inteligencia natural, de la creatividad y del esfuerzo de la gente, de la racionalidad humana. Cierto es que, con gran probabilidad, la espoleta que resultó capaz de producir la ignición del mecanismo en cuestión habrá que situarla en la realidad de los incentivos de la ganancia económica y del ánimo de lucro. Ello, sin embargo -al menos por lo que a mí respecta- no anula ni desacredita la esencia del fenómeno. Y, en todo caso, el resultado que tenemos en el día de hoy en nuestras manos constituye una de las mejores noticias que la humanidad ha podido recibir.

Es hora, pues, de poner manos a la obra y de empeñarnos por construir un futuro sostenible, más justo y mejor para todos. El resultado está al alcance de nuestras manos. Con voluntad política y la adecuada brújula moral; desde una opción expresa por los valores éticos; y buscando poner en el centro de todos los procesos a la persona -una vez más debo insistir, a toda la persona y a todas las personas-, habremos conquistado un hito, habremos –si no culminado la etapa, cuando menos- atravesado una meta volante significativa. El fin de la carrera, en todo caso, está aún muy lejano y -¡seguro!- no es de este mundo. Hagamos, pues, lo que esté a tiro y asumamos nuestra condición. Lo humano es grandioso en sí mismo; y aceptarlo como es, buscando empujarlo hasta el estado como pudiera llegar a ser, constituye un signo de madurez y un ejemplo de vida bien empleada en algo que merece la pena.

José Luis Fernández Fernández

José Luis Fernández Fernández. Catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, doctor en Filosofía PdD por la Universidad Pontificia de Comillas, y máster ADE.


 

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