dximagazine, Ilustración
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LA HIJA DEL SAMURAI

El Fuda Gaeshi es un espectro japonés particularmente enigmático y agradable. He aquí una de sus historias. 

O-Tsuyu fue hija de un samurai abanderado, famoso por decapitar a sus enemigos. La joven era bella como la mañana, mas no debía de ser muy lista. Dio en prendarse absurdamente de Shinzaburo, un modesto capitán hermosísimo y pusilánime. Sea por la fama del padre, sea por su natural apocado y melindroso, el militar dejó de rondar la casa de O-Tsuyu al poco tiempo de cometer el desatino de enamorarla. Se cambió de barrio. De distrito. La olvidó y ella languideció en el recuerdo de su amado.

Shinzaburo siguió con una vida tranquila, viviendo de las rentas familiares y dedicado al cultivo de hermosos crisantemos en el pequeño huerto que adornaba la entrada de su casa. Una noche de verano, sentado en los escalones de su zaguán, oyó acercarse unos zuecos de madera, a los que sucedió la esbelta figura de una hermosa dama. No tardó en reconocer a O-Tsuyu. La muchacha vestía un kimono de manga larga decorado con flores enormes y pájaros de extrañas plumas. Al verlo, sonrió y sus pestañas, largas y rizadas, proyectaron delgadas sombras sobre el nácar de su rostro.

Fantasma Japonés. Ilustración: Esther De La Torre

Fantasma Japonés. Ilustración: Esther De La Torre

El capitán la halló más hermosa que nunca y la invitó a entrar. Ella ―estúpida como siempre― accedió.

Durmieron juntos noche tras noche durante dos lunas. O-Tsuyu, al alba, regresaba a su morada, de donde volvía a escapar nada más declinar cada nuevo crepúsculo. Shinzaburo, absorto en su nueva pasión, pasaba los días sin comer, presa de una melancolía somnolienta.

Este extraño cambio en el talante del joven no dejó de preocupar a sus criados, en especial a uno al que tenía destinado a su servicio de mayor confianza, un tal Tomozo. Tomozo era perspicaz y desconfiado. Intuyendo el amoroso mal nocturno que aquejaba a su señor, decidió espiarlo una noche. El taimado fámulo sabía bien que algunos conocimientos rara vez dejan de proporcionar sabrosos beneficios. Así pues, escondiose entre unos altos setos de laurel y desde allí vio llegar a la dama. Sin embargo, no pudo reconocerla, pues la joven solo se le mostró de espaldas. Una vez la visitante hubo entrado en la casa, Tomozo hizo un nuevo intento y se asomó a una rendija que dejaban las puertas correderas. De nuevo se le ocultó el rostro de la amiga de Shinzaburo. Alcanzaba a ver únicamente una esbelta figura de mujer que abrazaba a su joven amo. Entonces dio la vuelta a la casa y encontró al fin un nuevo hueco desde donde espiar, esta vez en la parte de atrás, enfrente de donde había estado antes.

Lo que contempló entonces lo dejó petrificado por el terror.

Shinzaburo acariciaba dulcemente el rostro descarnado y podrido de una muerta. Donde el joven capitán veía las facciones más hermosas que nunca hubiera soñado, el sirviente descubría putrefacción y decrepitud. El enamorado besaba larvas y gusanos y declaraba su amor eterno a un cuerpo sin vida y medio corrupto. Ella le devolvía sus promesas en los términos más tiernos y armoniosos…

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Hay dos formas de acabar esta historia.

En la primera de ellas, Tomozo, enloquecido de pavor, abandona el lugar dejando a su amo a su suerte. Los dos enamorados viven su pasión sin interrupciones durante los largos años que restan de vida al muchacho. Puede que incluso le llegara a Shinzaburo una misiva anónima revelándole la verdadera naturaleza de su amada. Él hizo caso omiso. Quizá el deseo satisfecho lo volvió valiente. Quizá lo cegó. Lo cierto es que, en este caso, su suerte nos llena de envidia y admiración.

El segundo de los finales posibles, más convencional, nos habla de cómo el joven, aterrado al conocer la verdadera naturaleza de O-Tsuyu, intentó impedirle el paso con amuletos y papiros de textos sagrados, los cuales el espectro logró burlar finalmente. Esta versión de la historia también nos habla de doncellas alcahuetas y de los consabidos sobornos que franquean las puertas a los amantes y de otras menudencias igualmente previsibles.

En cualquier caso, el destino de Shinzaburo siempre es el mismo: su cadáver es hallado fundido en un abrazo con un montón de huesos de mujer. Eso sí: si se trata de un abrazo plácido y satisfecho o de uno despavorido y asfixiado, esto queda a gusto del lector.

Al fin y al cabo, se trata de una historia con dos finales…

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Fuda Gaeshi es el nombre que se le da en Japón al espectro enamorado que atraviesa las puertas de donde reside el objeto de su deseo. El relato de O-Tsuyu y Shinzaburo, de origen chino, fue recogido en la prosa coloquial de Encho Sanyutei y llevado a la escena con gran éxito para el teatro kabuki. Debemos su difusión por occidente a la pluma precisa y límpida de Lafcadio Hearn, a quien los japoneses conocían como Koizumi Yakumo.

 

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