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MANUEL ARRANZ: “SI NO TIENES NADA ENTRE MANOS, ES QUE ESTÁS MUERTO”

El traductor y escritor Manuel Arranz (Madrid, 1950) ha vertido al castellano gran número de textos, fundamentalmente del francés, de autores como Maurice Blanchot o Antoine Compagnon. Su último trabajo en esta vertiente creativa suya ha sido la traducción de Céleste Ugolin, novela del dadaísta Georges Ribemont-Dessaignes (1884-1974), figura poco conocida todavía de las vanguardias históricas. 

Resulta extraño, como sugieres en el prefacio, que G.R.D. (o Georges Ribemont-Dessaignes) no haya sido canonizado a estas alturas. Que no haya entrado en el catálogo de La Pléiade, por ejemplo. Tampoco su pintura es muy conocida. De todos modos, Marc Dachy, en Dada et & les dadaïsmes (Gallimard, 2011) insiste en la preeminencia de la literatura sobre la plástica en la vanguardia parisina, sobre todo en lo que se refiere a Dadá. Esta es la primera traducción al castellano de Céleste Ugolin. ¿A qué crees que se debe este desconocimiento?

No conozco el texto de Marc Dachy, pero seguramente tiene razón. La literatura requiere una mayor elaboración, un mayor esfuerzo también por parte del público. Es más fácil y requiere menos tiempo ir al museo a ver una exposición Dadá que leer sus manifiestos, o la novela de la que hablas, Céleste Ugolin, que es una novela virulenta, incluso cruel en ocasiones, y que no deja títere con cabeza, por decirlo de algún modo. Es cierto que no acaba de llegarle la hora a Georges Ribemont Dessaignes y que no sabemos si le llegará. Hay autores a los que la muerte no les sienta bien y otros por el contrario que no les queda más remedio que morirse si quieren que se hable de ellos. Parece que G.R.D. jugó un papel importante en toda la aventura Dadá. Pero si te fijas, Dadá es irrelevante para lo que vino después. Lo que viene después sólo lo sabemos después. Si no hubiera existido no creo que lo hubiéramos echado en falta. Quiero decir que no puede compararse a lo que supuso, por ejemplo, el impresionismo para la pintura posterior. Dicho de otro modo, en el caso de Dadá: “Fuese, y no hubo nada”. Aunque no estoy muy seguro de todo esto. Tendría que pensarlo mejor.

Céleste-Ugolin,-de-Ribemont-Dessaignes

Céleste Ugolin, de Ribemont-Dessaignes

Georges-Ribemont-Dessaignes

Georges Ribemont-Dessaignes

Manuel Arranz

Manuel Arranz

Habitualmente se presta mayor atención a las vanguardias históricas desde la vertiente plástica, y no tanto la literaria o incluso la musical. Una excepción a esto sería aquel IVAM de Juan Manuel Bonet que dedicó exposiciones al Ultraísmo o a la figura del compositor Erik Satie de la mano de la que pasa por ser su mayor experta, Ornella Volta. ¿Por qué crees que ocurre esto?

Bueno, en parte por lo que acabo de decir. Es más fácil y lleva menos tiempo contemplar un cuadro, una escultura, una fotografía, por no hablar de una instalación, que leer un libro. Además puede hacerse en compañía, mientras que la lectura requiere por lo general cierto aislamiento, cierta concentración, cierta soledad. No recuerdo quien dijo que lo más interesante que puede verse hoy en los museos es el público que acude a los museos. Algunos museos hacen cosas muy meritorias. No se limitan a la arqueología. Sin duda es un papel complejo el de los museos, y supongo que hoy todavía más. Yo sólo lamento que no haya más iniciativas como la que tuvo el museo Leopold de Viena en julio de 2005. Se exponían obras de Egon Schiele, Gustav Klimt, Oscar Kokoschka, y la exposición se llamaba “La verdad desnuda”. Bueno pues al museo (a su dirección se entiende) se le ocurrió la regocijante idea de regalar la entrada a quien acudiese a verla desnudo, o en paños menores. No, no la ví, y lo lamento. En el 2005 creo que todavía me hubiera atrevido a ir desnudo. Hoy iría en calzoncillos. Aunque creo que no está el horno para bollos.

Hablando del IVAM, del centro de estudio para la modernidad histórica, tú conociste a Eduardo Hervás. Tanto tú como él coincidís en los momentos previos de la fundación de la editorial Pre-Textos. ¿Qué recuerdo guardas de él?

Lo primero que hay que decir de Eduardo Hervás es que no se llamaba Eduardo Hervás, sino Eduardo Gómez González, y que en 1972, la noche del 28 de octubre, cuando decide suicidarse, sólo tiene veintidos años. Un joven que lee a Lenin, a Bataille, a William Burroughs, a Nietzsche, a Artaud, que escucha a Miles Davis y a Thelonius Monk, fuma marihuana y escribe poemas, como tantos otros jóvenes de la época. Yo fui un amigo de última hora. Los amigos de Eduardo Hervás fueron otros. Algunos todavía viven, otros han muerto. No tengo mucho más que contar de él. Es cierto que tuvo la idea de una editorial y que traducimos algunos textos cortos del francés y escribimos algunas reseñas, y que poco después aparece en escena Pre-Textos publicando a muchos de aquellos autores. Pero la idea de Pre-Textos es genuina, y no tarda en convertirse en una editorial de referencia en nuestro país. En fin, quien quiera saber algo más de Eduardo Hervás, leer sus poemas, o tratar de entender los motivos de su suicidio, no tiene más que intentar conseguir un ejemplar del libro de Rafael Ballesteros Añón (Eduardo Hervás, Obra poética. Introducción y edición de Rafael Ballester Añón, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1994). Una obra que no me merece más que elogios. Ballester Añón localizó a todo el mundo que había tenido algo que ver con Hervás, entrevistó a todo el mundo, recogió testimonios, algunos textos inéditos (en realidad excepto el poemario Intervalo que aparecería pocos días después de su muerte, todo lo que escribió Hervás era inédito), incluso incluyó algunos dibujos que ilustran Intervalo. Ballester Añón no pretende explicarlo todo, pero sí contarlo todo. En fin, una cosa es el relato de los hechos, la historia, más o menos oficial o alternativa, las dos igualmente interesadas y dudosas, y otra los hechos, si es que llegaron a suceder realmente. “Las palabras también son hechos”, he citado en alguna ocasión. Pero si hay un hecho indudable, un hecho incuestionable, un hecho incoercible, un hecho ante el cual todos los demás hechos enmudecen, ese hecho es la muerte. La muerte pone punto final a todo.

Entiendo que muchas (o algunas) de tus traducciones son propuestas tuyas. En cualquier caso, ¿cómo llegaste hasta esta novela? ¿Qué te atrajo de ella? ¿Su lenguaje, tan particular y cuidado a un tiempo?

Pues en algunas ocasiones lo he hecho, y no creas que los editores siempre han aceptado mis sugerencias. Incluso cuando me han pedido un informe de lectura y he aconsejado la compra de derechos de traducción. La mayoría de las vecees son los propios editores los que me proponen la traducción de un libro determinado. Estamos hablando de editoriales independientes, más o menos pequeñas, con editores profesionales y vocacionales que saben muy bien lo que quieren y lo que no quieren y en los que no prima exclusivamente el criterio económico. Gracias a esas editoriales, que no pasarán de una media docena, estamos conociendo algunas obras que de otro modo no habríamos leído nunca. Y ese es precisamente el caso de Céleste Ugolin. Fue el editor quien me lo propuso, y también que escribiera un prólogo. Acepté en seguida. Hermida es un editor con criterio y un catálogo impecable, tanto por lo que se refiere a los autores como a los traductores, que siguen sin tener en España toda la consideración que merecen. Todo con excepciones naturalmente.

Eres un escritor intermitente, al menos en lo que a publicar se refiere. Tu última novela, Pornografía (Periférica), se remonta a 2013. ¿Tienes algo entre manos?

¿Entre manos? Siempre llevamos algo entre manos. Hasta el final. Si no llevas nada entre manos es que estás muerto. Aunque sigas viviendo. Por lo que a mí respecta sigo traduciendo. La traducción me apasiona cada vez más. Es estupendo pasarse una mañana buscando una solución a una frase hasta que por fin das con ella. O no das. O que se te ocurra la solución con el libro ya publicado. Micó lo explicaba muy bien en la presentación que hizo en Valencia de su traducción de la Comedia de Dante. Cinco años, nos dijo, pasó traduciéndola. Y todavía hay algunas frases que no le satisfacen del todo. Pero es que si no se pone punto final en algún momento no se acaba nunca. Una de mis últimas traducciones publicada es Alta costura. Un precioso librito sobre las santas de Zurbarán, el Siglo de Oro español, Balenciaga, y algunas cosas más, de la mano de la maravillosa hispanista, y muchas cosas más, Florence Delay, de quien ya traduje Puerta de España, que es algo así como su libro sobre España. Florence Delay además de académica e hispanista, y de haber sido la Juana de Arco de Bresson, es traductora ella también. Nada menos que de Calderón y de La Celestina entre otras cosas. Cuento esto porque traducirla ha sido todo un placer. Al final nos hemos hecho muy amigos. Es una mujer extraordinaria que no le gusta que la definan como escritora, a pesar de tener una importante obra publicada entre ensayos, novelas, y traducciones. Escribir no es un oficio, es algo que hacen los hombres y mujeres mejor o peor, pero no es un oficio. Ninguna de las actividades que verdaderamente importan se puede practicar de una manera meramente profesional. Simon Leys, cuando decía esto, estaba pensando en los poetas, pero también en los políticos. Retomando tu pregunta, pues ya supongo que no me preguntabas por mis traducciones, cada vez me cuesta más trabajo escribir. Esto es un tópico efectivamente, pero si lees, pues hay muchos escritores que no leen, más de los que imaginan, cada día te cuesta más escribir. Pero por otra parte no puedes dejar de hacerlo. De manera que respondo que sí y que no. En realidad no sé lo que estoy haciendo. Leo, tomo notas, copio frases, veo pasar las nubes, escucho a Bach, incluso hago algún dibujo. Al día siguiente lo rompo todo, o casi todo, excepto las nubes que van a la suya y la música de Bach que tanto me ha acompañado en esta vida. Y con lo que sobrevive no sé lo que haré. Francamente no lo sé. Así surgió Pornografía. Una montaña de notas quedó reducida a apenas cincuenta páginas. No hacía falta más para decir lo que tenía que decir. Y de todo lo que he escrito, que no es mucho por lo demás, esas ciencuenta páginas puede que sean lo mejor. O lo menos malo si prefieren.

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