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LOS HOMBRES QUE NO AMAN A LAS MUJERES

Está escrito en las paredes. Del amor al odio hay solo un paso, a veces dos o tres. A lo sumo, pasar a la acera de enfrente. En nuestro paseo diario, leeremos aquí un “te amo” y unos metros más allá un “te odio”. De pronto, un alegato en defensa de las libertades y de repente, una consigna enalteciendo autoritarismos. Pero lo más sorprendente es que siempre, encontraremos la impronta de algún que otro miembro viril erecto. ¿Símbolo de amor o de odio? 

Tal exhibicionismo gráfico sería algo normal si viviésemos en el país de la felicidad, el reino de Bután, o si nos remontásemos a los tiempos del Antiguo Imperio Romano, en el que las representaciones itifálicas tenían un fascinante poder apotropaico. Pero la explicación a la actual proliferación de grafismos penianos es mucho más mundana, y en ocasiones freudiana, ya que se relaciona directamente con la aparición y desarrollo, en los púberes varones, de los caracteres sexuales secundarios.

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Penes en Godella y Montcada, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

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Penes en Godella y Montcada, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

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Penes en Godella y Montcada, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

Según esta interpretación, los adolescentes intervendrían muros y puertas de aseos públicos con penes de marcado carácter autorreferencial, movidos por la imperiosa necesidad de reflexión sobre la nueva apariencia de sus cuerpos y genitales. Ponerse de acuerdo en que tener un testículo más grande que otro puede ser normal o saber identificar un acuciante problema de fimosis, forman parte de ese elenco de logros que la autoexploración plástica pone a su alcance.

Sin embargo, si comparamos las posibles reacciones del viandante contemporáneo ante la presencia de estos excitados graffitis y las reacciones de los antiguos romanos ante los fascinus, sí podríamos concluir cierto grado de similitud entre unos y otros. En Roma, los amuletos fálicos, en tanto que imágenes obscenas, tenían el poder de desviar la mirada, pero como imágenes de un reconocido atractivo visual, también podían cautivarla apelando a la curiosidad innata del ser humano por el sexo e incluso, al humor que tantas veces le acompaña. En cualquier caso, el poder disuasorio del mal de ojo estaba garantizado.

En este sentido, quien hoy se enfrente a la figura desafiante de un pene altivo podrá experimentar, al igual que ayer, el rechazo, la atracción o la risa. Lo verdaderamente peligroso, residirá en que siempre el poder del miembro erecto llevará a propios y extraños, a mirar hacia otro lado.

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Vagina en Campo Olivar, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

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Vagina en Campo Olivar, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

Puede resultar muy gracioso encontrar un pene rematando una declaración de amor adolescente. Pero cuidado. Las risas desviarán nuestra mirada de lo verdaderamente importante. Toda representación anatómica de un pene encierra en su interior la carga simbólica de un falo que aprovecha nuestra laxitud para erigirse súbitamente en el falaz cetro de reinos patriarcales, en la porra reaccionaria de su policía androcentrista, en el mástil matutino donde enarbolar su bandera de odio, en la vara del pastor que guía sus rebaños, manadas y piaras, en la prótesis frontal que las vestales unicornio lucen en sus despedidas de soltera, en la espada láser que un Príapo enmascarado blande en el lado más oscuro de su cuarto.

Los hombres que dibujan penes como señal de amor no aman a las mujeres. Porque hablan de amor cuando quieren decir sexo. Porque hablan de consentimiento cuando quieren decir agresión. Resulta inaceptable que aún quede alguien que piense que ellas no deben mostrarnos sus dientes. No es lo mismo pintar vulvas que pintar penes.

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Vagina puño. Rocafort, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

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Pene con eyaculación en esvástica. Montcada, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

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Feminazis, Montcada, Valencia. Foto: Pablo Ruiz.

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