Con la misma fuerza. La que impulsó al hombre primitivo a cruzar continentes enteros, sin ver en una lengua de mar un límite infranqueable en su andadura. La que le empujó a atravesar los estrechos de Bering y Gibraltar, sin apenas imaginar que siglos más tarde sus descendientes inventarían las fronteras para ponerlas en ese mismo lugar. La misma fuerza que llevó a los descubridores de nuevos mundos a buscar reinas y reyes que costeasen sus expediciones, sin calcular el resultado de sus acciones.
Al fin y al cabo, se trata de la misma fuerza. La de los expedicionarios botánicos en busca de nuevos paisajes, pero también la de los pueblos colonizadores reclamando tierras y flores para su descendencia. Es, ni más ni menos, la fuerza que empuja a un niño a saltar un charco, al adolescente a cruzar un río y al adulto a cruzar el mar. Es la pulsión del machadiano caminante que construye su camino al caminar. Andar, caminar, viajar, se convierten hoy, a través de la fotografía, en conocimiento.

Raúl Belinchón.
¿Con que tipo de viajero te identificas más? Con el que no planifica e improvisa, esperando encontrar cosas que le sorprendan. La fotografía implica búsqueda. Es un medio para relacionarse con el mundo y con nosotros mismos, una herramienta idónea para contar historias y tener vivencias. Obviamente, disfruto el “antes de partir”, cuando planifico y estudio todo lo que puedo ver y hacer pero luego no lo aplico en el transcurso del viaje. Prefiero dejarme llevar.
¿Cómo empezaste a viajar? A viajar para hacer fotos, y a hacer fotos para viajar, empecé cuando recibí las becas de fotografía de la Academia de España en Roma y la de artes plásticas del Colegio de España en París. Fueron viajes de varios meses, que me permitieron desarrollar mis proyectos personales. Más tarde empecé a viajar con más asiduidad, al realizar para una revista el apartado de “escapada”, de viajes. Eran trabajos “de encargo” pero el redactor con el que viajaba, me dejaba mucha libertad para hacer las fotos que yo quisiera.
¿Tu viaje “iniciático”? Me quedó con el viaje a Chile. Fue un viaje en el que crucé Chile de punta a punta, con una furgoneta que “arrendé” a un particular. Fue como estar en una Road movie de 17.000 km por un país increíble. Cada kilómetro que recorría, algo se desmontaba de la furgoneta, pero nada impedía continuar el viaje. Desde Atacama, en el norte, crucé a Bolivia, y en el sur, tras recorrer la carretera austral, pasé a Argentina, donde hice la mítica ruta 40 que me llevó por la Patagonia hasta Ushuaia. Volvería a repetir este viaje sin dudarlo, a sabiendas de que sería un viaje diferente. El viaje de Chile me marcó bastante. Al tiempo de volver, compré una furgoneta camper para poder viajar y dormir a mi aire y estar en contacto con la naturaleza.
Algunas series de naturaleza como Kokeske, Kéyah o The Last Landscape invitan a recrear unos momentos de contemplación que podemos imaginar casi ascéticos. Son como encuentros íntimos con la inmensidad. La fotografía es un ejercicio de abstracción, tiene más que ver con sentir que con pensar. En mis trabajos más recientes de arquitecturas y espacios naturales, me dejo llevar más por las sensaciones y por la imaginación. El espacio y los lugares se convierten en algo abstracto porque no tenemos la referencia directa de la figura humana, de su escala. En el Proyecto Kéyah, las imágenes están tomadas en un pequeño cañón bajo tierra en el noroeste de Arizona, en USA. El proyecto trata sobre la tierra y su paisaje, un recorrido por su interior tratando de imaginar otras realidades.
También ocurre, cuando lo contemplado son espacios humanos vacíos. Son muchas las ocasiones en las que el hombre parece sobrar en tus fotos. Un denominador común en mi fotografía es el interés por la gente y el espacio que habita aunque no siempre se manifieste de la misma forma. Mis primeros trabajos son reportajes sobre héroes anónimos, en los que me aproximo lo máximo posible a las personas, para conocerlas bien y así poder contar su historia desde dentro. A veces, pienso que la cámara me ha servido de escudo y de excusa para meterme en lugares y en vidas en las que, de otra forma, no me habría introducido. Otras veces, son retratos de ausencias a través de entornos construidos, escenarios y paisajes en los que trato de imaginar lo que hubo, a modo de huella, y busco sugerir o referenciar lo humano, sin mostrar físicamente al individuo. Proyectos como Ciudades subterráneas y Patios de butacas, al igual que Chaitén, Kéyah o The Last Landscape forman parte de mi trabajo más reciente.
Tus imágenes, en ocasiones, captan el resultado de la no siempre afortunada intervención del hombre sobre el paisaje. Otras veces, es el hombre el violentado por la naturaleza. En ambos casos, los vestigios de una civilización perecedera en su accidentalidad, resultan muy atractivos, están cargados de belleza. Aunque fotografíe paisajes desolados, siempre hay alguna interrelación con las personas. En el caso del proyecto Chaitén. Bajo la cenizas, vemos un pueblecito de la Patagonia que en 2008 quedó sepultado por las cenizas de un volcán. Me interesó hacer un retrato del pueblo vacío y a partir de los objetos personales que quedaron semienterrados y de las casas fagocitadas por las cenizas, hablar de la gente que habitó allí. Fotografiar este lugar me trasladó a la novela de Cormac McCarthy “La Carretera” y a ese universo apocalíptico que tan bien describe y ambienta.
Tus fotos están impregnadas de calma, la de después de la tormenta, pero también, de la que precede la próxima tempestad. Reflejan una paz cargada de energía. No me interesa la búsqueda de lo explícito. Me interesan las imágenes en las que no acaba de definirse todo, que falta algo y hay que descifrarlo. Puede que haya ocurrido algo o algo esté a punto de ocurrir, pero no necesariamente está ocurriendo.
Hay lugares del planeta donde la fuerza de la tierra se siente especialmente. Yo viví el terremoto de Chile en 2010. Fue el 27 de Febrero a las 03:34h. Estaba durmiendo y fue mi pareja quien me despertó, cuando todo se empezó a mover de lado a lado. Tardé segundos en reaccionar, pero inmediatamente di un brinco de la cama y salí disparado fuera de la habitación. Recuerdo oír primero un ruido lejano e inmediatamente después, el movimiento de lado a lado que duró un par de minutos. Se hizo eterno. La sensación de no saber dónde meterte, de dónde ir, era un tanto angustiosa. Recuerdo que entraba y salía continuamente de la habitación para coger mis cosas. Primero el pasaporte, luego las cámaras, el portátil… pero ¿para qué? Si se abre la tierra en dos, para qué narices necesito el pasaporte? Al rato volví a la habitación a dejarlo todo. Recuerdo las imágenes de la gente cuando salía de sus habitaciones apresurada en busca de la salida y cómo de repente, nos vimos todos en la calle, algunos en pijama. ¡Las caras lo decían todo!

Raúl Belinchón.
¿Hiciste alguna foto del momento? ¡NO! (rotundo) no me interesa lo catastrófico. Perdón, sí hice fotos… de recuerdo de la gente cuando estábamos en el hotel. Fue como una especie de amotinamiento de todos los que participábamos en el proyecto Valparaíso Intervenciones. Nos dijeron que no saliéramos del hotel, hasta que se tomasen las decisiones y gestiones oportunas, y por si nos caía algo en la cabeza!!!. Fue como un Gran Hermano, allí todos metidos, a la espera… Las réplicas del terremoto eran continuas y suaves, y nos pillaban desprevenidos. De repente, a mitad de una comida, veías a gente que se levantaba de la mesa y salía disparada, buscando escapatoria. Hubo gente que por miedo, no volvió a dormir en su habitación y prefirió dormir en algún sofá del Hall. En todo ese tiempo de incertidumbre a mí me dio por hacer algunas fotos de la gente durmiendo por las distintas zonas del hotel. Fue una experiencia para no repetirla.
Dicen que el hombre como las vacas, es finalmente de donde pace y no de donde nace. ¿De dónde eres? ¿De Ruzafistán? (risas) Un amigo mío de Alicante dice que es de internet. Yo no soy de internet eso seguro. Lo que tengo claro es de dónde no soy… Creo que en estos momentos, muchos hemos pensado, dada la situación que hay en España, en emigrar, en cambiar de aires y buscar nuevas oportunidades. El panorama general, y sobre todo el cultural, es realmente deprimente. Oí recientemente en las noticias, que un alto porcentaje de la gente española que emigra vuelve en menos de un año. Yo tengo dos hermanos fuera, uno en Berlín y otro en Helsinki y cuando llega el invierno, vuelven a emigrar escapando del frío en busca de destinos mas cálidos. Me gusta el lugar donde vivo, pero muy a menudo siento la necesidad de cambiar de aires.
¿Cuál es el lugar al que siempre quieres volver? En estos momentos, el cuerpo me pide montaña, no se si porque la cabra tira al monte, o porque es donde ahora mejor me siento. Me gusta practicar deporte en la montaña y disfruto como un niño correteando de arriba abajo. También disfruto con la bicicleta. Guardo buenos recuerdos de cuando hice, hace tres años, la transpirenaica en solitario, cruzando los pirineos de la Costa Brava a Irún. Al año siguiente fui de Irún a Santiago, por el “camino del norte”. Disfruto viajando en bici. La semana pasada estuve corriendo el fin de semana por el parque nacional de Aigües Tortes, en el Pirineo catalán, fue impresionante.
¿El próximo destino? No programo con antelación pero lugares que me gustaría ver, quizá África y Nueva Zelanda. Aunque últimamente, frecuento destinos mucho más cercanos. Llevo dos veranos seguidos yendo al Pirineo y disfruto de lo lindo. En cualquier lugar podemos encontrar cosas que tengan que ver con nosotros, que nos interesan y de las que queramos hablar.
¿Qué objeto es el primero en guardar en la mochila para que no se olvide? No siempre es la cámara. A veces no se viene, pesa demasiado. Probablemente, lo primero que guardo es la música. Es uno de los mejores compañeros de viaje, sobre todo si viajas solo y tienes largas esperas en lugares como aeropuertos, estaciones de bus o de tren.
¿No llevas siempre la cámara encima? Hay fotógrafos que sí lo hacen. Yo no. Prefiero que un proyecto me sorprenda desarmado antes que ir con la cámara a todas partes con la obsesión de tener que captarlo todo. El que la lleva siempre, corre el peligro de ver la vida a través de un visor. Con la llegada del mundo digital, nos hemos acostumbrado a ver las imágenes a través de las pantallas, primero de la cámara y luego del ordenador. Parece que la foto no llegue nunca a materializarse. ¿Y qué? ¿Qué pasa si veo una foto y no la puedo capturar porque no llevo la cámara?

Raúl Belinchón.