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LOS DOS PAROS

(detalle) Ilustración: © Esther de la Torre

Colombia es un país en el extremo noroccidental de Suramérica que cuenta con un territorio de 1’141.000 Km² y casi 1’000.000 de Km² de mar territorial en el mar Caribe y en el Pacífico. Entre muchos accidentes geográficos, cuenta con tres sistemas cordilleranos correspondientes a ramificaciones del sistema andino,junto a otros sistemas orográficos independientes como la Sierra Nevada de Santa Marta, la montaña litoral más alta del planeta, que comenzando desde el nivel medio del mar, se levanta hasta los 5.775 msnm en el pico denominado Cristóbal Colón en medio de nieves perpetuas a tan sólo 40 Km de la costa Caribe.

Su territorio cuenta con todos los pisos térmicos y la totalidad de los climas. Desde el más desolador en los desiertos, hasta la más exuberante selva húmeda, el 50% de los páramos del Suramérica, y un territorio irrigado por una compleja red fluvial, que entre otras, provee de agua a más de 30 hidroeléctricas desde las cuales no sólo se satisface la necesidad de electricidad para el país sino para algunos de sus vecinos en la región. Con todo lo anterior, el país, es una fábrica de alimento. Sus características geográficas entre las cuales también se encuentra la de un porcentaje de suelos aluviales superior al 80%, le conceden la posibilidad de cosechas durante todo el año, la producción de una innumerable cantidad y variedad de productos agrícolas, valiendo anotar que adicionalmente, según estimaciones del propio Gobierno Nacional, “Colombia cuenta con un potencial agrícola de 28 millones de Hectáreas”. Sin embargo, existen circunstancias que contrarían el inmenso potencial antes descrito, tales como las descritas por la Agencia de Noticias de la Universidad Nacional, al respecto de que de los 114,17 millones de Hectáreas disponibles, se aprovechan tan sólo 43,7 millones, mientras que el resto de ellas  se subutiliza o se sobreexplota, o los reportes del diario El Tiempo en su emisión del 06 de Noviembre de 2.013 al asegurar que de las arriba mencionados 43,7 millones de Hectáreas, “el país utiliza hoy cinco millones de Hectáreas para sus cultivos, (mientras que) no menos de nueve millones más son aptas para ser explotadas con producción agrícola” datos a los que según la Federación Nacional de Ganaderos FEDEGAN, deberían sumarse “hasta 19 millones de Hectáreas que dejarían de ser ganaderas para dedicarse a la producción de alimentos”.

(detalle) Ilustración: © Esther de la Torre

Tal situación redunda inmediatamente, y de forma negativa, según lo evidencia el desbalance entre producción de alimentos y la demanda que existe de los mismos por parte de la población en Colombia, que hoy supera los 47’000.000 de habitantes, presentando situaciones tan anómalas como las mostradas por la Sociedad de Agricultores de Colombia SAC al respecto del área de cultivos de ciclo corto, que en los últimos 21 años bajó de 2,3 a 1,4 millones de Hectáreas, es decir, que perdió 868.000 Hectáreas; o datos también referidos por el ya citado diario respecto al maíz, el emblemático cultivo de los chibchas, cuya siembra descendió en 245.000 Hectáreas durante el mismo período, siendo que similar situación acaece al sorgo, la cebada y el trigo, sumando alrededor de 328.000 Hectáreas perdidas en términos de producción. Mientras esto ocurre, las importaciones de alimentos crecen de modo exorbitante. Por ejemplo, según la importante revista económica Portafolio, “como consecuencia de la firma de los Tratados de Libre Comercio que ha suscrito Colombia, la importación de alimentos se ha incrementado en un 52% correspondiente a más de 132.000 toneladas” para el primer semestre del año anterior, cifra por demás alarmante sobre todo porque se está importando hasta café, el emblemático producto colombiano (68% del consumo interno para el 2.011). Y además, otras consecuencias tales como el evidente desestímulo para la actividad de los agricultores, quienes deben ahora dedicarse a competir con los precios de los productos foráneos, los cuales, llegan libres de las cargas tributarias que los locales sí deben cubrir. La referida competencia, es por demás desigual, pues en Colombia no existe una adecuada red de vías, lo que genera que los agricultores deban trasladar sus productos hasta los escasos centros de acopio a lomo de animales que cargan poco y consumen mucho, o en otros casos aun menos favorables, pagar grandes sumas de dinero a intermediarios transportadores que además incrementan el precio de los productos hasta en 200% en algunos casos, eso sin tener en cuenta los exorbitantes precios que el campesino debe pagar por los insumos agrícolas tales como los fungicidas o en algunos casos, las mismas semillas. Situación que no dista mucho de la importación de leche y sus derivados, que según la misma publicación especializada en economía citada arriba, creció en un 543,4 % en volumen y en un 930,9 % en valor.

(detalle) Ilustración: © Esther de la Torre

No obstante, la situación descrita no es la única causa del malestar de los campesinos en Colombia y de sus deficientes condiciones de vida. La acción vandálica y sangrienta de las guerrillas como las FARC y el ELN y las Bandas Criminales que en nuestro territorio se conocen como BACRIM, generan, por un lado el desplazamiento de centenares de campesinos hacia los ya sobrepoblados cinturones de miseria en las áreas urbanas y el consecuente abandono del campo (el lugar en donde se produce el alimento que se consume en las ciudades), y por otro, unas condiciones de zozobra, horror y violencia entre quienes deciden quedarse pese a la amenaza que la sola presencia de los grupos violentos antes mencionados representa para la vida y la tranquilidad. En tal situación, durante el pasado mes de Agosto, y como si se tratara de una consecuencia natural de la inercia, los campesinos en Colombia, pararon.

Los campesinos de Colombia, salieron a las carreteras y gritaron su inconformidad, y pese a la opinión del Presidente de la República que en medio del bloqueo de las vías en todo el país y la subsecuente imposibilidad de movilizarse hasta para las ambulancias y vehículos fúnebres en el campo, en el marco de un evento en la capital en el que se encontraban reinas de belleza y personajes de la farándula se atrevió a decir “el tal paro no existe”, los hombres y mujeres que labran la tierra le contaron al mundo lo que pasa en el campo colombiano. Pero, en el río revuelto, fueron otros los “pescadores” que intentaron quedarse con la subienda. Los mercados especularon con la escasez y los precios se incrementaron aduciendo el desabastecimiento mientras que en los barrios las gentes se daban cuenta de que la comida guardada en bodegas salía únicamente a cambio de precios impensables para el colombiano promedio, repitiendo y confirmando lo sabido al respecto del que más tiene, desde luego, con la evidente tristeza para el que no tiene más que afanes y penurias lo mismo en el campo que en la ciudad. Como si fuera poco, con la lamentable disculpa de acompañar a los labriegos en su abandono, cientos de bandidos asolaron ciudades como Bogotá (la capital) empobreciendo aun más a panaderos, taxistas y comerciantes en general. Hubo desmanes, saqueos, revueltas, y heridos por todos lados, acompañados de escenas deprimentes y aberrantes como las protagonizadas por menores de edad saqueando almacenes y ferreterías con el único fin, según se vio, de verter decenas de galones de pintura en alguna calle para “disfrutar” cómo sus propietarios lloraban la para ellos irrecuperable pérdida.

Ilustración: © Esther de la Torre

Esos fueron dos paros, distintos pero conectados, sin alguna explicación sustentable y seria, aunque muchas voces se oyen al respecto. Uno el de los desmanes, el de la violencia injustificada con la disculpa del apoyo al otro, al de los campesinos pacíficos como cualquier campesino en el mundo. Hombres y mujeres a quienes jamás se les habría ocurrido siquiera atentar contra los bienes de los demás (pobres como ellos). Todo en el marco de los diálogos del Gobierno con la guerrilla de las FARC en Cuba que la prensa anunció por esos días que amenazaban en romperse, y el inicio de una campaña electoral con miras a la presidencia de la República.

La paradoja es insalvable: mientras el Instituto Geográfico Agustín Codazzi IGAC y  la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria CORPOICA desarrollaron un estudio sobre “Los Conflictos de Uso de las Tierras en Colombia”, el paro de los campesinos, el de los trabajadores que no pueden parar, paró, y paró porque los pobres deben trabajar, ya que del trabajo honrado derivan su sustento. Por el contrario, el otro paro no para, en Colombia la violencia no se detiene porque el campo está parado, porque no hay políticas públicas que lo hagan andar y porque las FARC y las BACRIM lo siguen aterrorizando. El campo está parado y los campesinos lo abandonan pero la pobreza no para, y no para porque a los violentos, el paro del campo les conviene. Texto: Luigi Leonardo Guinche González